martes, 7 de octubre de 2014

Servicio del Equinoccio de Otoño - The Rosicrucian Fellowship


The Rosicrucian Fellowship
Servicio del Equinoccio de Otoño 

Orden del Servicio:

1 - Música: la concurrencia canta la tercera estrofa del Himno Rosacruz de Apertura.

2 - El lector descubre el emblema y da el siguiente saludo: Mis queridos hermanos y hermanas, Que las Rosas florezcan sobre vuestra Cruz. (La concurrencia responde: Y sobre la vuestra también). 

3 - Lectura del Servicio:

"Dios es luz"

Cada vez que nos concentramos con estas tres palabras, nos sumergimos en una fuente espiritual de profundidad infinita, y en cada ocasión posterior sondeamos más a fondo las profundidades divinas y nos acercamos más a nuestro Padre en los cielos. 

Para familiarizarnos con esto, ahora que la luz de Cristo está comenzando nuevamente a penetrar en la Tierra, retrocedamos en el tiempo para establecer la dirección de nuestra línea futura de progreso. 

La primera vez que nuestra conciencia fue dirigida hacia la luz, fue poco tiempo después de que habíamos sido dotados con la mente y entrado definitivamente en nuestra evolución como seres humanos en la Atlántida, el país de la niebla, situada en los profundos valles de la Tierra, donde la niebla caliente que provenía de la Tierra enfriada pendía como una densa bruma sobre esta. 
Entonces las alturas estelares del universo nunca eran vistas, ni la plateada luz de la Luna podía penetrar la densa y brumosa atmósfera que rodeaba aquella tierra antigua. Aun el ígneo esplendor del Sol estaba casi totalmente extinguido, y cuando observamos en la Memoria de la Naturaleza lo perteneciente a 
aquella época, veremos que era excesivamente obscuro y que tenía un aura de varios colores, muy parecidos a los que observamos alrededor de una lámpara en una noche nebulosa. 

Pero esta luz tenía una fascinación; a los antiguos atlantes les enseñaron los Jerarcas Divinos que estuvieron con ellos, a ambicionar la luz, y como la luz espiritual ya estaba entonces disminuyendo, ellos ambicionaron más ardientemente la nueva luz, ya que temían a la obscuridad de la que habían llegado a hacerse conscientes a través de la recientemente adquirida mente. 

Entonces vino el inevitable diluvio, cuando la niebla se enfrió y condensó. La atmósfera se aclaró y fue salvado el "pueblo escogido." Aquellos que habían trabajado dentro de si mismos y aprendido a construir los órganos necesarios requeridos para respirar en una atmósfera tal como la que hoy tenemos, 
sobrevivieron y llegaron a la luz. Esto no fue una elección arbitraria; la obra del pasado consistió en la construcción del cuerpo. Aquellos que únicamente tenían branquias, tal como todavía las usa el feto en su desarrollo prenatal, eran fisiológicamente tan ineptos para entrar en la nueva era, como lo sería el feto al nacer si descuidara la construcción de los pulmones, ya que entonces moriría como murieron aquellas antiguas gentes cuando la atmósfera enrarecida hizo inútiles las branquias. 

Desde el día en que abandonamos la antigua Atlántida, nuestros cuerpos han sido prácticamente terminados y desde aquí en adelante aquellos que deseen seguir la luz deberán esforzarse por crecer anímicamente. Los cuerpos que hemos cristalizado deben ser disueltos y extraerse de ellos la quintaesencia de la experiencia, que como "alma" puede ser amalgamada con el espíritu para 
elevarlo desde la impotencia hasta la omnipontencia. Por esto, fue que se les dio a los antiguos el Tabernáculo en el Desierto y la luz de Dios descendió sobre el altar de los sacrificios. Esto es de un gran significado: el Ego acababa de descender a su tabernáculo, que es el cuerpo. Todos nosotros conocemos la tendencia del instinto primitivo hacia el egoísmo, y si hemos estudiado la ética superior, también sabremos cuán nociva para el bien es la indulgencia de 
esta tendencia egoísta; por consiguiente, Dios colocó inmediatamente ante la humanidad la divina luz sobre el altar de los sacrificios. 

Sobre este altar, ellos fueron obligados por una gran necesidad a ofrecer sus queridas posesiones por cada transgresión cometida, apareciéndoseles Dios como un severo Maestro, cuya cólera era peligroso incurrir; pero todavía la luz les atraía. Entonces comprendieron que era inútil intentar escapar de la mano 
de Dios. Nunca habían oído las palabras de Juan, "Dios es luz", pero ya habían comprendido en alguna extensión el significado de lo infinito, por la contemplación de los cielos, cuando David exclama: "¿A dónde iré yo que no esté ante tu Espíritu, o en dónde me esconderé de tu presencia? Si tomase las alas de la aurora y morase en las más apartadas regiones del mar, aun allí tu 
mano me guiaría y tu diestra me sostendría... Ciertamente, la obscuridad no se esconde de ti, y la noche brilla como el día, porque la noche y el día son como tú." 

El hacer permanente esta condición de estar en la luz, fue el siguiente paso en la obra de Dios con nosotros, la cual culminó con el nacimiento de Cristo, quién como presencia corporal del Padre encarnaba en sí mismo a esta luz, que fue traída al mundo para que cualquiera que creyese en Cristo no pereciera, sino que tuviese la vida eterna. El dijo: "Yo soy la luz del mundo." El altar en el 
Tabernáculo había ilustrado el principio del sacrificios como medio de regeneración, y así Cristo dijo a Sus discípulos: "Nadie tiene más Amor, que aquél que da la vida por sus amigos; y vosotros sois mis amigos." 

Inmediatamente comenzó el sacrificio, que no fue consumado en unas pocas horas de sufrimiento físico sobre una cruz material, sino que es tan perpetuo como lo fueron los sacrificios que se hacían sobre el altar del Tabernáculo en el Desierto, ya que ello implica un descenso anual a la Tierra y el sufrimiento que sus limitadas condiciones representan para tan gran espíritu. 

Esto debe continuar hasta que un número suficiente de la humanidad haya evolucionado y así poder llevar la carga de esta densa masa de obscuridad llamada la Tierra, que cuela como una piedra de molino del cuello de la humanidad, siendo esto un impedimento para un crecimiento espiritual mucho mayor. 

Estamos ahora en el equinoccio de otoño, cuando el Sol abandona el Hemisferio del Norte, después de haber provisto todas nuestras necesidades para el año venidero; y la marea espiritual que lleva en su cresta la vida que tendrá expresión física en el año que viene, está ahora en camino hacia la Tierra. El medio año que está justamente ante nosotros, es la parte santa del año. Desde la flesta de la Inmaculada Concepción hasta el nacimiento místico 
de la Navidad (mientras esta ola está descendiendo hacia la Tierra), y desde esa época hasta la Pascua (mientras está saliendo), un canto armonioso, rítmico y vibrante, escrito adecuadamente en la leyenda del místico nacimiento como un "hosanna", cantado por los coros angelicales, llena la atmósfera planetaria y actúa sobre nosotros como un impulso para la aspiración espiritual. 

Es sabido de la analogía existente entre el hombre que entra en sus vehículos, vive y trabaja a través de ellos en la vigilia, y por la noche es un espíritu libre de los grilletes del cuerpo denso, y el espíritu de Cristo que mora en nuestra Tierra una parte del año. Todos sabemos que este cuerpo físico es un grillete y una 
prisión par El y también que estamos limitados por la enfermedad y el sufrimiento, y que no existe ni uno solo de nosotros que esté siempre en perfecta salud, lo cual nos permitiría no sentir el aguijón del dolor; lo anterior es aplicable por lo menos a los que se hallan en el sendero de la vida superior. 

De manera parecida sucede con el Cristo cósmico, quien vuelve Su atención hacia nuestra insignificante Tierra y enfoca Su conciencia en ella a fin de que podamos tener vida. Ha de incorporarse a esta masa muerta anualmente (la que hemos cristalizado fuera del Sol) y esto es un grillete, una traba y una prisión para El. Por lo tanto, nuestros corazones en esta época deberían volverse hacia El en agradecimiento por el sacrificio que hace por nuestra causa durante los meses de invierno cuando penetra a la Tierra con Su vida y 
la despierta de su sueño invernal en el cual permanecería si El no naciera para darle vida. 

Sin esta infusión anual de la vida y energía divinas, todas las cosas vivientes de nuestra Tierra perecerían pronto y el progreso ordenado sería frustrado en lo que se refiere a nuestros presentes lineamientos evolutivos. Es la "caída" del rayo espiritual del Sol en el otoño lo que causa la reanudación de las actividades mentales y espirituales en el invierno. La misma fuerza germinativa 
que fermenta la semilla en la Tierra y la prepara muy a menudo para reproducir su especie, estimula también a la mente humana y promueve las actividades altruistas, lo cual hace que el mundo sea mejor. 

Así es que las poderosas vibraciones espirituales de la vivificante ola Crística, están en la atmósfera terrestre durante los meses que vienen y podemos utilizarlas con mayor ventaja si conocemos este hecho y redoblamos nuestros esfuerzos, lo que no se podría hacer si no estamos conscientes de esto. El Cristo está todavía gimiendo, trabajando y esperando el día de Su liberación, por la "manifestación de los hijos de Dios." Y verdaderamente apresuraremos la venida de ese día cada vez que participamos del alimento necesario para nuestros cuerpos sutiles, lo cual está simbolizado por el pan y el vino místicos. 

Cada vez que nos damos a nosotros mismos en servicio a los demás, añadimos brillo a nuestros cuerpos-almas, los cuales construimos al trabajar con los dos éteres superiores. Es el éter de Cristo el que ahora flota sobre nosotros, y por lo tanto recordemos que si queremos apresurar el día de Su liberación, debemos en un número suficiente haber desarrollado nuestros cuerpos-almas, hasta tal punto que estos puedan sostener a la Tierra. Así tomaremos Su carga y lo salvaremos del dolor de la existencia física. Pueda 
ser que cada uno de nosotros aproveche las vibraciones espirituales que se nos infundirán durante los meses venideros para que el próximo equinoccio de otoño nos encuentre más cerca del día de la liberación. 

Nos concentraremos ahora en el Amor Divino y el Servicio. 

4 - Concentración.

5 - Música: el organista toca el Himno de Clausura.

6 - El lector cubre el emblema y da la admonición de partida: Y ahora, mis queridos hermanos y hermanas, al partir para volver a entrar en el mundo material, salgamos con la firme resolución de expresar en nuestras vidas diarias, los elevados ideales espirituales que hemos recibido aquí, para que día tras día podamos convertirnos en hombres y mujeres más dignos de ser usados como canales conscientes en la obra benéfica de nuestros Hermanos 
Mayores en el servicio de la humanidad. 




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