miércoles, 1 de octubre de 2014

SALUD Y LIBERTAD



SALUD Y LIBERTAD

Esteban Estrella

Salud y Libertad son dos conceptos que expresan dos ideales humanos – un mismo ideal, en definitiva –. Expresan lo máximo a que el Hombre puede aspirar: su realización, su plenitud. Me gustaría explicar esto.

I. La Salud del Hombre. Pluralidad de sus dimensiones.
 
Todo el mundo sabe – o cree saber – lo que es la salud y la libertad, lo mismo que el amor, la felicidad, la justicia y tantos otros términos excelsos y tan manidos. Desde luego, todas estas palabras significan algo para cada uno; pero este significado no es el mismo para todos; y, por ello, su utilización es muchas veces fuente de malentendidos, cuando no de conflictos. Si queremos entendernos, es necesario, pues, como punto de partida, definir estos dos términos.
 
¿Qué es la Salud? Mucha gente entiende que la salud es la "ausencia de enfermedades". Pero, con esto, no dicen nada, si luego definen la enfermedad como "ausencia o alteración de la salud". Busquemos, pues, su contenido positivo.
 
La definición de salud que ofrece la Real Academia de la Lengua, en su primera acepción: “Estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones", apunta a lo que quiero expresar. En esta dirección, avanzo la siguiente definición, para referirme concretamente a la Salud del Hombre.
Entiendo por Salud: "La vida misma del Hombre, en cuanto, en el desarrollo de sus capacidades, se  expresa de modo pleno y armónico".
 
¿Cuáles son esas capacidades? Preguntar esto equivale a preguntar: “¿Qué es el Hombre?” ¿Acaso un mero conjunto de órganos y sistemas biológicos?
Esto parecen creer los que reducen la salud al plano material, al cuerpo, y, en consecuencia, se valen exclusivamente de una terapéutica física, química, o biológica, para su mantenimiento; o para su recuperación, si se ha perdido. La segunda acepción de la salud, que brinda la R.A.L., apunta  en esta dirección:
"Condiciones físicas en que se encuentra un organismo en un momento determinado". Pero, ¿el Hombre no piensa y siente también? Y ¿no es el Hombre, asimismo, un ser que se relaciona, un ser social?: ¿no es la sociabilidad una dimensión humana, sin la cual no existiría el Hombre? La Organización Mundial de la Salud contempla  esta pluralidad de dimensiones citadas, cuando define la Salud como "Un estado de completo bienestar físico, mental y social".
 
Además, puesto que la vida del Hombre se desarrolla sucesivamente, paso a paso – esto es lo que llamamos “tiempo” –, y no está constituida únicamente por el presente, sino también por el pasado, que le presiona o determina y por el futuro, al que tiende o que le atrae, ¿no le pertenece también una dimensión temporal, histórica?

Asimismo, puesto que la Naturaleza, el Universo, en suma la Realidad material, forma toda un organismo, que se rige por unas determinadas leyes, y el Hombre es una parte de este Ser y sigue necesariamente esas leyes, aunque sea para dominarlas y – si esto fuera posible –  para quebrantarlas, ¿la dimensión natural, planetaria, cósmica, no lo define también? ¿O acaso es un ser fuera de la Naturaleza?
 
Y ¿el Hombre no es también un ser espiritual; quiero decir, capaz de objetivar en cultura su vida intelectual, consciente de sí  mismo, con una intimidad personal, con posibilidad de libertad y responsabilidad, buscador de  un  ser y un sentido últimos, y anhelante de  trascender el tiempo y el espacio? ¿No es esto, que le permite vivir de modo singular, lo que lo define en último término y lo  distingue de los demás seres?  
 
Al hablar de la Salud del Hombre me refiero, pues, a todas estas dimensiones, modos de ser o aspectos de su vida; pues considero que un Hombre ignorante, o esclavizado por sus pasiones, o atormentado por su pasado y temeroso del futuro, o sin un proyecto de vida,  o incapaz de relacionarse social o ecológicamente, o viviendo en una Sociedad o en una Naturaleza enfermas, o angustiado por una vida sin sentido, etc., aunque físicamente pueda estar sano (pero ver, más abajo: II.B), no goza de una completa Salud.
 
Cuando digo, al definir la Salud, que la expresión de la vida del Hombre, en el desarrollo de sus capacidades, debe ser plena y armónica, estoy hablando, lógicamente, de un "tipo ideal". Y no construyo este tipo con datos estadísticos, es decir, no parto de lo que nuestra Sociedad, generalizando las opiniones actuales, entiende hoy por salud física, salud mental, salud social, etc., sino
que, entre las varias formas posibles de ser Hombre, elijo la que me parece más concorde con la totalidad de su naturaleza, y, en base a ello, imagino un Hombre con todas sus capacidades desarrolladas y en armonía unas con otras.
Queda claro, pues, que estoy presentando un "modelo" y ello con la finalidad de que pueda servirnos de guía o norte, para la orientación de nuestros esfuerzos en nuestro trayecto vital, hacia la superación de “lo que hay” (pero ver, más abajo: II.B, hacia el final).
 
Quede dicho, de pasada, que el goce implícito en este estado de plenitud y armonía se designa propiamente con la palabra Felicidad.   
II. La Salud del Hombre desde la perspectiva de cada dimensión.  
A) Visión de conjunto de las perspectivas.
La vida del Hombre es un todo unitario, una unidad, y, por eso, a ella debemos referir el término Salud en su más amplio y propio sentido. Pero, si, para captar su riqueza y entenderlo mejor, descomponemos, mentalmente, al Hombre en las varias dimensiones que lo constituyen, si analizamos las diversas facetas 
que integran este modelo humano que se nos propone, y contemplamos  al Hombre Sano, enfocando aisladamente cada una de estas dimensiones, podemos entonces hablar de la salud en otros sentidos más restringidos, refiriéndola a cada una de estas facetas o dimensiones. El compendio de todos estos sentidos parciales de la Salud – “saludes” que no pueden existir aisladamente, pues la unidad del Hombre, el acto unitario que, en todo momento, es su vida, implica la interrelación e interdependencia de estas  varias dimensiones, y es más que su mero agregado – conforma el sentido 
total de lo que entiendo propiamente por Salud del Hombre.
 Esta división teórica del Hombre no tiene nada que ver con la
“fragmentación”, e incluso “pulverización”, que el mundo actual, con sus innumerables objetos, recursos  y posibilidades, produce en el Hombre, invadiéndolo de solicitaciones que, saturándolo, atomizan y dispersan  su atención e impiden la concentración de sus energías en la realización de su auténtica vocación personal. Por su parte, las Sociedades cerradas, con su falta de tolerancia, respeto y generosidad ante la riqueza de la realidad y ante la diversidad de las formas de lo humano, fomentando la hipocresía social, en la que lo que se piensa, se siente, se dice y se hace no coinciden, e impidiendo, con ello, al Hombre estar siempre íntegramente presente, “ser de una pieza”, contribuyen también a su “desintegración”. Sirva de ejemplo evidente la presencia, en ellas y en algunas de las que se dicen “abiertas”, de determinados tabúes sobre, por ejemplo, la religión, la muerte, el dinero y el sexo, que impiden afrontar conscientemente, expresarse francamente, debatir 
inteligentemente y decidir libremente en cuestiones como la libertad de creencias, la eutanasia, los paraísos fiscales, la existencia de grandes sectores de la humanidad en la miseria y la existencia de diversas formas de la sexualidad.
   Desde las perspectivas de estos sentidos restringidos, que nos proporciona el análisis, se puede decir que está sano, o bueno, o se encuentra bien, el Hombre que disfruta de salud física  u orgánica; que  tiene conocimiento y sabiduría, o que es instruido y sabio, el Hombre amante de la verdad, que goza de salud mental (pero, ver más abajo: D.b); que es ético o virtuoso el Hombre que, disfrutando  de salud emocional, es dueño de sí y toma libre y responsablemente sus decisiones; que es sociable, el Hombre que, mediante sus relaciones constructivas y armónicas con los demás, es capaz de contribuir a la salud social y se complace en ella; que tiene experiencia de la vida, es dueño de ella y ha aprendido su lección, el Hombre que, poseyendo lo que podríamos llamar salud biográfica e histórica, es avisado y previsor, vive satisfecho y conscientemente un presente que implica todo su pasado y, en la 
medida de sus posibilidades, elige ilusionado su futuro con libertad 
responsable; que es naturista o ecologista el Hombre que, con sus acciones de respeto a la Naturaleza y cooperación con ella, contribuye a la salud planetaria y cósmica y se deleita en ella; y que es espiritual o está realizado espiritualmente  el Hombre que, al actualizar o tomar conciencia de su última realidad constitutiva, de su dimensión trascendente, se recrea, fecundado por un sentido último, en la plenitud, el gozo y la paz interior de la salud espiritual. 
 
B) Falseamiento de la realidad que implican las perspectivas.
Antes de empezar a exponer cada una de estas dimensiones, quisiera advertir, de nuevo, del falseamiento de la realidad que lleva consigo este planteamiento analítico. Quiero insistir en que esta disección y disgregación del Hombre, que se hace a continuación, es artificial – y por tanto imposible de ejecutar cumplida y nítidamente, como se verá –, pues el Hombre es una unidad indivisible; es una realidad compleja, irisada, con multitud de facetas, pero indivisible. Y esta unidad, que se expresa, en cada uno, en la palabra “Yo”, no puede dejar de estar presente en cualquier manifestación humana.  
  Sirva, como muestra, el pensamiento: Cuando imaginamos al Hombre pensando – se diría que esta función se puede delimitar y aislar claramente – no está sólo pensando:  su cerebro, su sistema nervioso, está realizando diversas acciones y funciones, su cuerpo entero lo acusa de variados modos, y diversos gestos y señales – un ceño fruncido, una tensión, una leve sonrisa, un brillo en sus ojos,… – lo delatan; cierto temple del ánimo, cierto estado afectivo, es reforzado o generado por su pensamiento, otro le impide pensar, otro le inclina en una dirección, le suscita determinados pensamientos; necesita y utiliza para pensar diversas palabras – que encierran una primera interpretación de la realidad –, y este lenguaje lo ha recibido de la Sociedad en la que vive, en la que abundan unas palabras y escasean o faltan otras; por otra parte, ciertos “filtros” sociales le impiden o dificultan pensar determinadas realidades, mientras que  determinados tópicos le hacen siempre presentes otras, tanto más cuanto mayor sea el grado de su conformismo y enajenación y menor el de su independencia y posesión de sí; su instalación en cierta “altura de la vida”, su experiencia de ella, sus recuerdos, sus frustraciones, sus proyectos, ideales y anhelos le llevan igualmente a unos u otros pensamientos; 
esta experiencia vital le es asimismo necesaria, así como el amor a la verdad, para despertar su verdadero interés por la realidad, sin el cual no puede “emplearse a fondo” en el pensamiento; su entorno y su relación con él, su estilo de vida, natural o artificial, su actitud dominadora y depredadora, o colaboradora y respetuosa, con la Naturaleza, le lleva a determinados pensamientos o le aparta de ellos; sus creencias, sus valores, principios e ideales orientan también sus pensamientos en uno u otro sentido; su grado de
realización espiritual le lleva a plantearse o no ciertas cuestiones últimas y a abordarlas de un modo u otro…
  Detrás de cada expresión o manifestación de lo humano está, pues, siempre todo el Hombre. Otra cosa es que esta presencia integral esté más o menos actualizada y desarrollada en cada uno de sus elementos y sea o no consciente y armónica; que las distintas facultades o posibilidades humanas estén en concierto, conjuntadas, colaborando todas en su feliz realización, o, por el contrario, mal avenidas, en disonancia, enfrentadas en tensión o conflicto, paralizándolas o dificultándolas.  
Ciertamente, por distintas circunstancias, internas o externas, una o varias de estas capacidades pueden atrofiarse o insensibilizarse y estar ausentes o latentes en mayor o menos grado; o, por el contrario, crecer de un modo desmesurado e incontrolado, en perjuicio del resto de facultades, avasallándolas, rompiendo su armonía. Así, por ejemplo, una persona puede estar impedida para el ejercicio físico, o para el pensamiento lógico, para la relación afectiva, etc.; o, por el contrario, vivir sólo para ello.




Aunque, en todos estos casos – de acuerdo con la definición de Salud que he presentado más arriba –, se puede hablar fundadamente de enfermedad, no siempre se reconoce en ellos una anormalidad, pues ciertas carencias y excesos están tolerados, e incluso aceptados y fomentados, socialmente:
como, hoy día, la ambición, la codicia, la competencia rival, el consumismo, la insensibilidad hacia las necesidades ajenas, la utilización de la  violencia en los medios familiares y en los de comunicación y esparcimiento, la desconsideración hacia algunas personas, el maltrato a los animales, ciertas adicciones…; o como cuando se exige, para validar a un juez, solamente, que tenga conocimiento y memoria de las leyes, o a un político, retórica y
capacidad de decisión… Y algunas tienen, en ocasiones, hasta cierto halo de prestigio, como en el caso de las personas que “sacrifican” su vida para lograr el éxito en determinados ámbitos, aunque, en el resto, su vida sea un fracaso: tal el empresario que sólo busca ganancias económicas, que manifiesta la primacía del dinero en la frase “el negocio es el negocio”; o el deportista, que sólo vive para su deporte, hasta el extremo de perjudicar, paradójicamente, su propia salud física; o el artista que sólo sueña con su arte…; incluso se les llama, a veces, “genios”, o “monstruos”, y lo son efectivamente, pero como
fenómenos de feria – de la feria del mundo –, si no han logrado expresar la totalidad de su vida y la han deformado o mutilado con sus renuncias o excesos, empequeñecimientos o agigantamientos, malogramientos o triunfos…  
  Sin embargo este asunto no es tan simple, y es de gran trascendencia, pues entra en juego en él la posibilidad, el derecho incluso, que el Hombre tiene – a diferencia de los otros seres – de “optar” por una u otra forma de vida, seguir un camino u otro, y “elegir” así ser deportista, científico, artista, político, empresario, religioso..., y de serlo única y exclusivamente, hasta sus últimas  
consecuencias. Y no hay que desdeñar el asunto del avance que, para la humanidad en su conjunto, y luego para cada hombre en  particular, han aportado estos “sacrificios” de personas particulares, al ensanchar, por sus distintas trayectorias, el horizonte vital humano.
  Pero, no deja de ser, cuando menos, “curioso” el que, dada la “dificultad” del hecho de la existencia, de la vida  y del pensamiento, una vez que uno se encuentra siendo Hombre – o en la puerta de acceso para ello –, reduzca su vida a contemplar futbol, ganar dinero…; o ejercitando sólo las funciones
animales, corporales, sensitivas…, sin hacer uso de las que le singularizan como Hombre. Si uno tuviera acceso a un restaurante – y este ejemplo ilustrativo es ligero e insustancial, comparado con el grave, decisivo y trascendental que tenemos entre manos: la vida misma –, donde se sirvieran los más suculentos manjares de todo el mundo, y se le diera la oportunidad de comer lo que quisiera, por un tiempo limitado, ¿qué haría?: ¿comería sólo su plato favorito, o probaría todas las delicias que pudiera?  Si uno fuese llevado a
un lugar desconocido – y este ejemplo se acerca más a nuestro tema –  y tuviera la posibilidad de desplazarse por él, conocerlo y desentrañar sus misterios, ¿qué haría?: ¿se contentaría con ver lo próximo, lo inmediato, o exploraría todos los rincones? ¿Cómo se puede contentar uno con cantar, a una sola voz, un simple sonsonete, teniendo un coro, capaz de sinfonías, dentro?  Si uno tuviera la esperanza de vivir, después de ésta, muchas otras
vidas, en las cuales pudiera ejercitar sus otras facultades, desplegar sus otras posibilidades, esta parcialidad tendría aún cierta justificación; pero, sin esta previsión resulta, como mínimo, “chocante”.  
 
Lo que parece indudable es que, dada la unidad del Hombre, no es posible, por ejemplo, ni siquiera su salud física, la salud cumplida de su cuerpo, sin una mente y un “corazón” sanos, esto es, ignorando cuestiones higiénicas básicas, o albergando pensamientos insanos, o abrigando odio o temor, o en presencia constante de la deformidad, de la fealdad, o en un estado de estrés psicológico…; tampoco en un estado de estrés social, o sin una relación armoniosa con los demás, o en una sociedad enferma; o sin un entorno sano; o sin estar en paz con el propio pasado, o desorientado vitalmente, sin valores, proyectos, ilusiones; o sin encontrar un sentido a su vida... Y, a la inversa, es difícil, y a veces imposible, realizar cualquier cosa sin salud física. Del mismo modo, no es posible la completa salud mental, o la de cualquiera de las otras dimensiones que constituyen al Hombre, sin la salud de las otras dimensiones, pues todas están implicadas en cada una de ellas.  
  ¿Quiere esto decir que, por ejemplo, una persona afectada de una grave enfermedad, que invalida prácticamente su cuerpo pero respeta su cerebro, no puede tener un pensamiento amplio, profundo y verdadero, y que deja de ser por tanto, en esta medida, Hombre en el más amplio y pleno sentido ?  Aquí tampoco el asunto es tan simple. Desde luego, si quitamos, de un polígono, una de las rectas que lo conforman, ésta figura deja de ser polígono, pues
queda abierta. Pero, el Hombre es un ser vivo, dotado de gran plasticidad, en constante transformación y regeneración, con capacidad de creatividad, de “cicatrizar sus heridas”, de reestructurarse; y es su personalidad total, su Yo, quien decide en última instancia hacer una cosa u otra con lo que dispone (su
cuerpo, su pensamiento, sus afecciones, su experiencia…), y, cuando las cosas le “vienen mal dadas” en una de sus dimensiones, puede replegarse sobre las otras posibilidades, puede suplir una carencia profundizando en otras dimensiones; en alguna de las cuales quizá pueda lograr tal excelencia, tal grado de realización que, finalmente, aumente la perfección de su ser, en su integridad unitaria. Cuando una dimensión del Hombre – básicamente, su
pensamiento, o su corporeidad –  es reducida, sigue siendo Hombre. Solamente desaparece el Hombre en su totalidad, en la proporción en que desaparece precisamente su capacidad de pensar y, con ella, las de recordar y proyectar. De todos modos, parece indudable también que, con otro cuerpo, el mismo Hombre sería distinto, y sus pensamientos – aunque, necesariamente verdaderos en todos los casos, en tanto captaran la naturaleza de las cosas y sus relaciones –, seguramente irían por otros derroteros. El Hombre disminuido en alguna de sus dimensiones quizá sufra esta ausencia y piense que le falta algo para ser completo, o que podría ser de otro modo; pero, al hablar de futuribles, hay que tener en cuenta que la perfección es la realidad misma, y el Hombre, de que aquí estamos hablando, tan sólo un modelo teórico, que es
“necesario” aquello que se ha producido o se producirá, y que llamamos “posible” tan sólo a aquello que no sabemos si se va a producir o no.  
C) Otros errores derivados de la fragmentación del Hombre.
Por lo expuesto, es evidente que es un error, que puede tener consecuencias funestas, tratar la enfermedad que aflora por una u otra de las dimensiones humanas, como si afectara sólo a esta dimensión, como si fuera sólo una enfermedad física, o mental, o emocional, o un conflicto social o espiritual…, y tratar de remediarla sólo con, fármacos e intervenciones quirúrgicas, o con 
sugestiones y buenas palabras, o razonamientos, o a través de la modificación de los comportamientos, o con sanciones penales… No hay enfermedades puramente físicas, o mentales, o sociales, etc. Toda enfermedad es psicosomática y también social, biográfica, ambiental y espiritual, es decir, implica a la persona en su totalidad. Es la persona entera la que está enferma; y la contraprueba de ello es que la actuación terapéutica en una de estas áreas
puede producir efectos en las otras. Los especialistas son necesarios e irrenunciables para el progreso, pero se añora el médico-filósofo de la antigüedad. El verdadero médico debería ser una persona realizada en su integridad, en todas sus dimensiones, ante cuya sola presencia, el paciente sintiera ya la influencia bienhechora. Nada más lejos de la realidad actual.
 
Por lo mismo, es un error también, y tiene asimismo consecuencias nefastas, no tener en cuenta la totalidad del Hombre, en cualquier circunstancia; considerarlo sólo como un cuerpo, o una mente, o un ser sensitivo, una fuerza de trabajo, un ser social o político, un espíritu…; ya se haga con la intención de poder manipularlo como un objeto y establecer con él relaciones de esclavitud,
servidumbre y explotación, como a veces hacen la división del trabajo, la publicidad comercial y cierta propaganda política y religiosa, etc.; o, aún con las “mejores” intenciones, como hacen, por ejemplo, ciertas teorías sexuales, que sólo atienden al cuerpo y al goce físico, o ciertas metafísicas y religiones
desencarnadas, que, por el contrario, los desdeñan.
 
Del mismo modo, es un error – aunque desapercibido como tal, por lo extendido – creer que una persona destacada en algún ámbito: un eminente catedrático, un sobresaliente líder político, un renombrado deportista, un afamado artista…con importantes logros  en sus esferas respectivas, aciertan siempre también en los otros ámbitos que no han cultivado, donde pueden ser tan ignorantes u obtusos, tan bárbaros como cualquier otra persona.  
 
D) Las perspectivas.
En lo que sigue, voy a explicar brevemente cada una de estas dimensiones de la Salud humana.
 
a.- Siguiendo el uso común, hablo de salud, (con minúscula), en el sentido material de salud física y orgánica, para referirme, dentro de la dimensión corporal del Hombre, al estado físico de bienestar y euforia que experimenta el organismo humano al realizar sus funciones biológicas, sin dificultad, con normalidad; para referirme al estado del Hombre vigoroso y lleno de vitalidad, capaz de realizar los esfuerzos necesarios para su subsistencia y desarrollo y de alcanzar la longevidad sin molestias significativas de su organismo.
 
Para conseguir este estado – que es básico, en el sentido de que, sin él, se dificulta el desarrollo de las otras dimensiones humanas –, es necesario, desde la infancia, la aplicación preventiva de los conocimientos médicos, que implica el conocimiento del cuerpo y sus funciones y el cultivo de unos hábitos de vida saludables, entre ellos una nutrición correcta, una  alternancia equilibrada de ejercicio, descanso y recreo y el uso adecuado de los elementos naturales. Es necesario, sobre todo, que el niño tome conciencia de que su salud es algo que debe custodiar y gestionar él mismo y no delegarlo en la industria farmacéutica o el sistema sanitario: un asunto de prevención y no de remediación.        
 
b.- Hablo de conocimiento para referirme, dentro de la dimensión 
gnoseológica del Hombre, de su estado lúcido, al Hombre instruido o culto, conocedor del comportamiento de la realidad, gracias a su observación, a la reflexión y al cultivo de las diversas ciencias que la humanidad ha ido desarrollando. Puesto que el conocimiento de la realidad, incluida la que nos constituye, es una condición primordial para cualquier actividad que el Hombre quiera realizar con éxito, estas ciencias son vitales e indispensables para la
misma realización humana, y su conocimiento debe extenderse a toda la vida y no sólo a la edad escolar.
 
El papel de la educación es, pues, también aquí, fundamental. Pero, como es imposible abarcarlo todo, en la infancia se impone, además de la transmisión de las nociones generales de cada disciplina, para que cada uno pueda irse orientando en el mundo a través de la cultura y descubriendo sus dotes y vocación, una selección de las materias más útiles para el desarrollo y realización humanas, esto es, en definitiva, las que muestran las condiciones necesarias para la Felicidad, de modo que el niño pueda ir encauzando su vida
desde el inicio; y, sobre todo, despertar sus facultades ( por ejemplo, que “actualice” y tome posesión de las variadas “herramientas” y “programas” que le permitirán manejar los hechos: análisis, síntesis, deducción, inducción y otros procesos mentales ), educarle para que pueda sacar (e-ducere) lo que tiene dentro, abordar activamente los problemas y encontrar su solución por si mismo, con un pensamiento objetivo, independiente y creativo, sin cargarle con multitud de datos innecesarios y soluciones para cosas que no le preocupan y que puede encontrar en los libros o en la red. Para fomentar esta dimensión, es
necesario que, en todo momento, la atención y cuidado del educador (familia, escuela, universidad, medios de comunicación…) y el esfuerzo del educando, estén dirigidos a que éste desarrolle su ser, a que dé lo mejor de si; siendo un
objetivo despreciable aquí el de “recoger” al alumno para que no moleste en casa, y secundario el de la preparación para futuros puestos de trabajo.  
El concepto de salud mental, que he utilizado más arriba, para referirme al estado del Hombre instruido y sabio, nos muestra – una vez más – la dificultad de separar las distintas dimensiones humanas. En efecto, este concepto se refiere no sólo al conocimiento y a la sabiduría, sino a todas las dimensiones
humanas, pues engloba también aspectos emocionales, sociales,
espirituales…, pues ¿cómo se podría separar el conocimiento y la sabiduría de los afectos, la virtud y la sociabilidad, la experiencia de la vida, y la espiritualidad? Pero, frente a este concepto amplio, existe, entre otros, un concepto restringido de salud mental, tan difundido como miope, que la define como “adaptación del individuo a la Sociedad”; lo que es totalmente cuestionable, pues si la Sociedad está enferma – es decir, si no posibilita la Salud y la Libertad completa de sus miembros; a lo cual ella misma se tendría 
que adaptar, para ser sana  – el individuo adaptado a ella también lo estará.
Aquí, al margen de esta visión de corto alcance y aquella tan amplia, he querido referir el concepto de salud mental tan sólo al disfrute, por parte del Hombre, del conocimiento y la sabiduría, esto es, dentro del aspecto cognitivo del Hombre, al uso adecuado de su imaginación, su razón y su intuición; pero no se me escapa que las otras dimensiones humanas tienen, directa o indirectamente y en mayor o menor medida, que ver también con este concepto.
 
c.- Hablo de virtud, tomando la palabra en sus sentidos clásicos de fuerza y excelencia, para referirme a la dimensión ética del Hombre, al estado de plenitud, poder, tranquilidad de ánimo y contento, satisfacción de sí mismo o  alegría de vivir, desde el cual el Hombre  decide y obra autónoma y activamente; para referirme a la condición del Hombre dueño de sus pensamientos y de sus tendencias, sentimientos y acciones; al Hombre que, en la elección de sus posibilidades, persigue la autenticidad; al Hombre que es
capaz de vivir y expresar sus potencias del modo más favorable (= bueno) para él (= para su naturaleza) y para el resto de los Hombres (= para la naturaleza humana); esto es, para referirme al Hombre con fortaleza, templanza y entereza para afrontar, con presencia de ánimo, los peligros y problemas de la vida, y dispuesto a aprender de las experiencias negativas, y al Hombre alegre y generoso, que practica la amabilidad y la benevolencia que le dictan su amor,
que es modesto, prudente, moderado y paciente, tolerante y clemente...  
El Hombre virtuoso expresa, a través de estos sentimientos positivos, la potencia de su alma, por la que es capaz de regir, activa y libremente, su destino y desterrar de sí sentimientos como la tristeza, el odio, el egoísmo, la soberbia, la ambición, la avaricia, la codicia, la envidia, el miedo, la intolerancia, la ira, la crueldad, la venganza..., sentimientos que manifiestan la impotencia del alma, que deja al Hombre a merced de las circunstancias, decidiendo y obrando reactivamente, según los estímulos dados, incapaz de tener un pensamiento lúcido, profundo, imparcial y verdadero, y viviendo una vida alienada y espuria.  
Son útiles, en este campo, los conocimientos psicológicos, éticos y de otras ciencias del Hombre ( en primer lugar los que se refieren a la naturaleza y causas de la virtud), fundados en su sabiduría, y la meditación frecuente sobre ellos en relación a las situaciones cotidianas de la vida, para poder aplicarlos de inmediato cuando sea necesario; la práctica de técnicas de transformación, integración y serenidad mental, como los Yoga, la meditación en la atención,
etc.; así como las diversas Artes que la habilidad humana ha creado, y que, a través de la belleza – trasunto de la naturaleza humana – que expresan, despiertan, estimulan y elevan sus sentimientos y todo su ser. El papel de la educación, a través de la familia, la escuela, el ejemplo personal, la literatura, el cine y la TV…, es decisivo para  el encauzamiento de la vida y la consecución
de la virtud, por la atracción que ejerce la admiración de los valores descubiertos en ella. La educación en el conocimiento y el amor, y para el conocimiento y el amor, que son el compendio y la clave de todas las virtudes y también del desarrollo de todas nuestras dimensiones, es fundamental.
Además, es necesario que el niño descubra, desde pronto, que la recompensa de la virtud no está fuera de sí misma y que no se consigue a través de la servidumbre a unas normas éticas también exteriores a uno mismo, sino que el estado de plenitud, poder, libertad interior, tranquilidad de ánimo y contento, satisfacción de sí mismo o alegría de vivir, es decir, la potencia de su propio
ser, en que la virtud consiste, es un “premio” en sí misma, que su “castigo” es su ausencia, y que es gracias a ella, es decir a la fidelidad a las leyes o normas de nuestra propia naturaleza, por lo que somos capaces de evitar o reprimir los sentimientos negativos.
 
d.-  El Hombre es un animal social. Sin Sociedad y sin la cultura que ésta elabora y encarna, no superaría su dimensión animal. Pero no cualquier Sociedad es adecuada para conseguir el modelo de Hombre sano y libre que en estas páginas se propone. Por ello, hablo de sociabilidad para referirme a la cualidad del Hombre virtuoso que, con sus relaciones constructivas, generosas y solidarias, prudentes, respetuosas y justas, con los demás, a los
que considera, empática y fraternalmente, como personas, iguales a uno mismo y como fines en si mismas, es  capaz de lograr, con esta “buena voluntad”, un estado de paz social – entendiendo por ello: no la mera ausencia de guerras o conflictos, sino la concordia, el concierto y la armonía de las relaciones en la unidad –; es decir, capaz de lograr una Sociedad animada por el mutuo auxilio y la justicia, una Sociedad en la que todos sus componentes gocen de iguales oportunidades y derechos para desarrollar en plenitud y
armonía sus capacidades; una Sociedad, en una palabra, sana.
 
Los conocimientos psicológicos y éticos, más los conocimientos antropológicos, sociológicos, económicos, laborales, urbanísticos, políticos, jurídicos, históricos..., es decir, el cultivo de las ciencias que se refieren a la Sociedad puede contribuir a la sociabilidad, si el Hombre es virtuoso. Y lo hará eficazmente si ayuda a establecer instituciones y procedimientos tales que impidan que los Hombres puedan utilizar y explotar a otros Hombres, que consigan que los Hombres persigan el interés común tanto como el propio,
porque, logrando el interés común, logren a la vez su interés propio, es decir, en definitiva, su Salud y su Libertad plenas, su realización como Hombres, y viceversa, porque, logrando el interés propio, logren a la vez el interés o bien común; instituciones y procedimientos que posibiliten la coexistencia de todas las libertades individuales en una unidad armónica tal que pudiera decirse de esta Sociedad, ordenada como un sólo organismo, que tiene “un sólo cuerpo y una sola alma”.  
 
Esta sociabilidad se refiere a todos los aspectos de las relaciones humanas, desde la amistad y la familia hasta las relaciones internacionales que, cada vez más, inciden en nuestras vidas en un Mundo globalizado y en proceso de unión. Y, en todas ellas, son de primordial importancia o valor las relaciones humanas fundadas en el conocimiento y el amor, es decir, el “encuentro personal”, en cuanto, en la íntima unión en él lograda, las capacidades de uno
se convierten en posibilidades de enriquecimiento personal para el otro, potenciándose así mutuamente su Salud y su Libertad plenas, esto es su Felicidad.  
 
e.- El Hombre se encuentra con su realidad humana, que se le va presentando a lo largo de su vida, de un modo muy peculiar: la tiene que ir haciendo, “a su medida” (: su realidad personal), en tanto tiene la potencia o virtud necesaria

para ello, si no quiere que se la hagan, o se la den “hecha” (: la realidad social vigente, que va cambiando, en las distintas culturas, a lo largo de la Historia).
 
Por otra parte, pertenecen a esta realidad, considerada en su integridad sistemática, en su unidad, no sólo el presente, con sus posibilidades e imposibilidades, sino también el pasado, que da espesor, consistencia y un sentido determinado al presente, y el futuro, que, a la vez, va viniendo hacia el Hombre y hacia el cual él va yendo, porque éste lo trae y aquél lo atrae. Y le pertenecen de tal manera que su pasado, su presente y su prefiguración
presente del futuro constituyen la parte propia y privativa, particular, del Yo que es actualmente y en cada momento el Hombre: una energía personal (un alguien, un quien), corpórea y pensante, activa y creadora, femenina o masculina, actual, henchida de pasado y orientada, proyectada hacia el futuro.
 
Por ello, hablo de experiencia y posesión de la vida, para referirme a la situación en la que el Hombre, en posesión de su pasado personal y colectivo, en paz con él, y conociendo y haciéndose cargo, cada uno a su manera, de las circunstancias actuales (esto es, la otra parte del Yo que somos; ésta, común y compartida por otras personas), puede proyectarse, de modo realista y responsable, hacia el futuro, hacia el horizonte de sus posibilidades,
proponiéndose y  persiguiendo, en todo momento, trayectorias y metas acordes con su personalidad y su circunstancia actual, ilusionantes y llenas de sentido.
Para referirme también, sigo diciendo, a  la dimensión temporal del Hombre, que “sabe estar”, en cada etapa de su vida, y en su momento histórico, sin anquilosamientos ni enquistamientos temporales que rompan la fluidez de la vida, y con la presencia y “altura” adecuadas; que va alumbrando y asimilando,
sucesivamente, descubrimientos en la realidad, en el mundo y en su propio ser; que está instalado conscientemente en el presente constante de la vida, hasta el momento de la muerte, que asume como término natural de la vida.  
 
De este modo, el Hombre puede vivir del modo más auténtico y pleno, empeñado en realizar con sus proyectos lo que se ha planteado como su tarea más importante: la consecución de su Salud y su Libertad, la realización armoniosa de todas sus facultades, esto es, la realización de su propia vida, pudiendo así “representar”, realizar su vocación personal y, sabio y feliz,
orientado y lleno de significación y sentido – cada vez más, a medida que avanza ilusionado en la vida –, ser dueño de su vida, de si mismo y de su destino.
 
Para que el Hombre pueda lograr todo ello, es necesario que, además de estar siempre presente, con su conciencia despierta y alerta, aclare y tome posesión de su vida, para lo cual, tras una revisión o balance vital, quizá tenga que reconciliarse con su pasado, por medio del arrepentimiento, el perdón y la
asunción de lo que le sucedió y de lo que hizo o no hizo – en definitiva, mediante la asunción de la realidad –, y acaso replantearse sus proyectos. Son esenciales también las relaciones de amistad y de amor con otras personas – parte, la más importante, de la circunstancia que le constituye – con las cuales puede comunicarse y compartir sus particulares circunstancias y experiencia.
El conocimiento de la historia, la lectura de literatura y el visionado de películas, de calidad, que abriéndonos  otros mundos, enriquecen nuestro horizonte vital y nuestra vida misma, también pueden contribuir a ello, a la vez que actúan como descargadores de las pasiones; igual que el entendimiento del mensaje cotidiano que los sueños, expresando anhelos o temores, quizá velados para la conciencia, nos transmiten. El sentido del humor, algo específicamente humano, que nace de la fuerza del carácter y de la libertad de espíritu, y que está en consonancia con la constante sorpresa de la vida, le puede ayudar a que no dramatice en exceso y no pierda el señorío de su vida ante sus problemas y dificultades.  
f.- Ningún ser vivo es un ser solitario y autosuficiente, que pueda vivir aislado.  
El Hombre necesita de una Sociedad para definir su humanidad: es un ser cultural y social, es parte de una Sociedad. Y, como organismo y animal, necesita también de la Naturaleza, que lo genera y lo sustenta: es un ser natural, es parte de la Naturaleza. Pero, además, la Sociedad es también algo natural, y está sometida a sus leyes, pues, si bien el Hombre humaniza lo natural – o puede humanizarlo –, lo humano nunca deja de ser natural: es la forma en que una parte de la Naturaleza se manifiesta, en un espacio y un
tiempo determinados.  
Todos los seres vivos – en definitiva, todos los seres – viven en constante interrelación, en interacción recíproca con otros seres vivos y con su entorno, constituyendo todo ello un nivel de integración y organización: un ecosistema, que, a su vez, es parte de otro más amplio, y así sucesivamente, hasta constituir, en nuestro planeta, un ecosistema global: la Biosfera. Gracias a que,
mediante sus componentes: agua, aire, suelo, minerales, plantas, otros animales… viven el Hombre y todos los demás seres, compartiendo estos bienes o dones en una fraternal unidad de destino, se ha podido ver en él una especie de superorganismo: la “madre Tierra” o “Gaia”. A su vez, la Tierra no podría existir sin el Sol: es parte del sistema solar; y éste es parte de la galaxia
que lo incluye; y ésta del grupo de galaxias que la engloba; y así, 
sucesivamente, hasta el conjunto universal o todo infinito.
 
Todo ecosistema tiene una estructura y funciones peculiares y cierta capacidad de autorregulación y equilibrio que le da cierta estabilidad; pues sólo el cosmos o universo es totalmente autosuficiente y autorregulable. De este modo, en cada ecosistema, las leyes de la naturaleza del conjunto regulan los comportamientos de sus componentes, que se someten o se adaptan a ellas,
dentro de una gama mayor o menor de posibilidades, ajustándose mutuamente entre si, y manteniendo la coherencia entre sus partes. Cuando determinadas modificaciones, debidas a causas internas o externas, deshacen esta coherencia de las partes, se destruye el ecosistema que constituían.
 
El Hombre de nuestro tiempo, con sus comportamientos, posibilitados por la técnica, de la que hace un uso precipitado e irreflexivo, va camino de ello. Así, por una parte, por exigencias de los procesos industriales y por su propia conducta irresponsable, está contaminando las aguas que bebe, el aire que respira, los suelos de los que se nutre, sus mismos alimentos… con multitud de
productos, de efectos desconocidos o, incluso, notoriamente nocivos, que invaden todas las esferas. Y, por otra parte, víctima de una fiebre “consumista”, producida por un deseo inmoderado de “tener” y “ostentar”,  en lo que cifra su felicidad, está esquilmando los recursos naturales, con su sobreexplotación y su despilfarro. Estos comportamientos, además de dañar y arruinar directamente el medio ambiente, están produciendo otros efectos alarmantes,
que ya son bien visibles: cambios en el clima, con consecuencias a veces devastadoras, destrucción de la capa de ozono, lluvias ácidas, reducción y hasta desaparición de especies enteras de vegetales y animales silvestres, agotamiento de la pesca y la caza, favorecimiento de enfermedades e introducción de nuevas…
 
De este modo, el Hombre está destruyendo su entorno, su  hábitat  su “oikos”, su “hogar” natural. Además, se está “alejando” de él de otro modo: lo está sustituyendo por uno propio, “artificial”; a lo cual no habría nada que objetar, sino fuera porque éste, lejos de promover su Salud y su Libertad integrales, como sería de esperar, ni siquiera favorece su salud corporal, su vitalidad, sino al contrario: su “separación” de la Naturaleza no lo hace menos natural,
aunque, quizá, sí menos humano. En síntesis: está minando la capacidad de autorregulación del entorno natural, su ecosistema terrestre, hasta el punto de que está poniendo en peligro su existencia como tal y, con ello, su propia supervivencia como especie.  
Por ello, empleo los términos ecologista o naturista, para referirme al Hombre que, teniendo conciencia de su animalidad y de su comunidad con los demás seres vivos y con toda la Naturaleza – compañeros, en la misma nave, del mismo viaje, de la misma aventura de la existencia  y de la vida –, teniendo conciencia de la necesidad de la existencia de los ecosistemas, que le brindan las posibilidades de existir y realizar su vida, y de que, por solidaridad, tiene la obligación de transmitir este patrimonio natural, íntegro e incólume a sus descendientes, y teniendo hacia ellos, hacia la Naturaleza entera, una actitud básica de empatía, estima, agradecimiento, respeto (hacia lo que es y hacia lo que puede llegar a ser), colaboración y cuidado, se propone responsablemente
conocerla, conservarla, protegerla, defenderla y velar por su calidad y desarrollo, y adopta las acciones y medidas necesarias para todo ello, definiendo el “progreso” de acuerdo con los verdaderos intereses del Hombre, no con los de un grupo económicamente privilegiado, y sometiendo el “desarrollo”, el crecimiento social, a los valores de la Salud y la Libertad, esto es, a la plena realización humana, y no a valores económicos y egoístas.  
Para lograr todo ello, es necesario – para empezar por el principio – que el niño reciba, junto con la educación cívica para su convivencia en su “hogar” social, una educación ambiental, tendente a despertar, respecto a su “hogar” natural, su conciencia, sensibilidad y actitud ecológica, responsable. Es necesario que,
con una educación centrada en el “ser” y no en el “tener”, destierre el egoísmo y la codicia, la incontinencia y la voracidad de sus predecesores, por las que, sin control, han perseguido sólo los efectos y las ganancias rápidas y la satisfacción insolidaria de sus deseos; que aleje también su vanidad y su engreimiento, achacables a su capacidad, por escasa que sea, de modificar y “regular” la Naturaleza, que les han hecho creerse superiores a los demás seres y actuar de modo prepotente, orgulloso y soberbio, sordos a la “voz” de la Naturaleza, rebeldes a sus pautas y regulaciones e insensibles a sus “mensajes” y “advertencias”. Es necesario que comprenda – desde que sea capaz de ello –  que, como dijo Ortega: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, esto es, respecto a lo que ahora nos ocupa, que, en mi biografía, la biología tiene un papel esencial ; que comprenda que la
Naturaleza no nos pertenece, sino que, como un don, pertenecemos a Ella y pasamos a expresarla, que  nos trae a la vida, y nos separa de ella, desnudos, solos con Ella, sin que lo elijamos nosotros, cuando “quiere” y como “quiere”.
Esta educación debe ser no sólo teórica, con razones, sino práctica y sugestiva, a través del ejemplo y de la facilitación del contacto, del “reencuentro” con todos los seres de la Naturaleza; Naturaleza que constituye nuestra esencia y es, también, infinita y eterna, el resto de nosotros mismos.
Pero, con esto, hemos pasado ya a la espiritualidad, que veremos después de abordar la sabiduría.
 
g.- Hablo de sabiduría cuando el conocimiento, alcanzando su máxima expresión en el Hombre que vive de modo pleno e integrado su vida; quiero decir en el Hombre que ha realizado de modo maduro y armonioso todas sus dimensiones, viviendo en todo momento un presente lúcido y reflexivo, que se ha transfigurado al vivir en comunión constante con la verdad, la bondad y la
belleza, que ha experimentado gozosamente desplegando su conocimiento, su amor y su sensibilidad; este conocimiento, digo, le capacita para conocer la naturaleza, el sentido y el valor de las cosas humanas, y, en consecuencia, los principios a seguir para poder seguir orientando y desarrollando su vida y la de la Sociedad de modo pleno y armonioso, discerniendo lo constructivo de lo
destructivo. De este modo, la plenitud de vida del Hombre sabio le lleva a superar el relativismo axiológico, al que las ciencias, en cuanto sólo tratan dehechos y de lógica, están condenadas ¡Lástima que lo que, para él, es incuestionable, no lo sea  para el que está en otra situación vital, en otra “alturade la vida”!  
 
No es, pues, sólo el conocimiento intelectual, sino la integridad y plenitud del Hombre lo que conduce a la sabiduría. Además, si sólo aquel conocimiento lo lograra, todo aquel que no pudiera tener acceso a él, no podría alcanzar la realización humana y la sabiduría consiguiente. Sin embargo, vemos que personas con nula o escasa cultura, pero con una disposición abierta, confiada y afirmativa ante la realidad, la vida y el Hombre, es decir, personas cuyos
destinos son guiados por el amor, consiguen  también en cierto modo esta sabiduría vital; pues el amor, con su tendencia a encontrarse y unirse con el objeto amado, es también, como el conocimiento –  que implica de algún modo, pues de él se sigue (: no podemos amar nada de lo cual no tengamos previamente, de algún modo, el conocimiento) –, una potencia iluminadora,
orientadora, integradora, armonizadora, expansiva y elevadora. Encontramos aquí, como una paradoja, una sabiduría sin conocimiento, mejor dicho: sin estudio, una especie de “ignorancia docta”, que no sabe dar razón de las soluciones, pero las encuentra directamente; lo que muestra, una vez más, la unidad esencial y operativa de la vida humana; pero, con esto, ya no estamos
hablando de conocimiento intelectual, sino de virtud, de experiencia de la vida, de realización espiritual…
 
En la historia de la Filosofía y de la Religión, donde se han solido alojar los conocimientos metafísicos, éticos y axiológicos, tenemos ejemplos de estos hombres excelsos, que, con su sabiduría vital, nos han ido preparando los caminos; si bien es cierto que, en estas historias, encontramos también muchos hombres alejados de este modelo y que, fuera de estas historias, encontramos igualmente hombres de esta condición.
 
h.- Hablo de realización espiritual para referirme al estado de plenitud o perfección ontológica y metafísica, acompañado de iluminación, sentido, confianza, paz interior y gozo  o deleite profundo, que experimenta el Hombre virtuoso y sabio cuando, tomando conciencia, con entusiasmo, de la última realidad de las cosas, esto es, de su dimensión trascendente del tiempo y del
espacio, se  siente y se sabe, en su realidad integral, parte (pues estamos en ella), de una infinitud eterna autocreada que, a su vez, constituye su esencia y la de todas las cosas ( es decir, que está en todas las cosas), y descubre, en su potencia creadora, la última libertad de su destino personal.   
Los conceptos religiosos de “Salvación”, “Santidad” y “Beatitud”, “Iluminación”, “Éxtasis” y otros – que pretenden referirse  al estado del Hombre que, habiendo superado los peligros de la contemporización y la involución, ha alcanzado el gozo o la gloria de la unión con Dios – apuntan a la misma experiencia humana
de toma de conciencia, despertar, o revelación de este "Yo" profundo, íntimo, insondable y trascendente. Las Filosofías y las Religiones, que el Hombre, a lo largo de su Historia, ha ido elaborando, o descubriendo, han sido las que han ido transmitiendo, de generación en generación y desde diversas perspectivas,
la "buena nueva", la creencia en la esperanza, el ideal, de la posibilidad – de la realidad incluso – de la “Liberación”; si bien, en ocasiones, ésta ha sido considerada como la “excarcelación” del mundo, en lugar de verla como la plena asunción de éste, como la toma de conciencia por parte del Hombre de su libertad constitutiva.

III. Libertad exterior y libertad interior.
 
Y ¿qué es la Libertad? Se suele entender por esta palabra "la facultad de elección entre varias posibilidades". Pero, ¿podemos tener elecciones auténticamente nuestras, que no sean no condicionadas, o, aún, determinadas, por sus antecedentes causales? No es ahora la ocasión de discutir este viejo
problema filosófico, que merece, por si sólo, un estudio aparte. Por ello, vamos a partir del hecho de que, sea o no ilusoria esta facultad, el Hombre, cuando no es visiblemente coaccionado u obstaculizado, se siente libre para decidir y para actuar en una u otra dirección. Si analizamos lo que esto supone, vemos que la
definición usual de libertad implica dos aspectos: uno intrínseco al propio Hombre, que depende de él, y otro extrínseco, independiente de él.  
 
El primer aspecto se refiere a la libertad como espontaneidad, o poder de autodeterminación. En este sentido, se puede definir la libertad como "el poder o la facultad del Hombre para determinar espontáneamente sus actos"; o, si se prefiere, como "la voluntad espontánea, autodeterminada".
El segundo aspecto se refiere a la libertad como indeterminación y, en este sentido, se puede definir como "la ausencia de causas externas que determinen a obrar o lo impidan"; esto es, como “la ausencia de coacción y de obstáculo a nuestras acciones”. En lo que sigue, voy a aclarar la relación deestos dos aspectos de la Libertad con el otro tema que nos ocupa: la Salud.
 
A) Desde el punto de vista del individuo, el Hombre es libre para actuar, en proporción a la potencia que tenga para ello y pueda, así, autodeterminarse a la acción. En este sentido, la Libertad no es nada distinto de la Salud en su más amplio sentido, a que me he referido  más arriba. El Hombre libre es el Hombre sano, instruido y sabio, virtuoso, sociable, con experiencia de la vida, naturista y realizado espiritualmente, es decir, el Hombre que, habiendo esarrollado sus capacidades, es dueño de sus poderes y, teniendo la potencia para ello, es capaz de tomar, autónomamente, decisiones que beneficien a su naturaleza y de actuar en consecuencia. El Hombre libre, en tanto actúa “desde dentro” y siguiendo su impulso a unirse con los demás seres – humanos o no –, relacionándose con ellos, a través del intercambio de las posibilidades que cada uno ofrece, de donde emergen nuevas realidades y todos mutuamente 
enriquecidos, es, en esta medida, activo, productivo, creador en todas sus acciones, desde los actos más menudos de su vida cotidiana hasta cuando se esfuerza en conocer o en desarrollar su virtud o en producir obras de arte…y en labrar su propia vida y forjar su propio destino.
 
Por el contrario, el Hombre enfermo –  es decir, el Hombre debilitado, anulado o mermado en sus potencias, ignorante, supersticioso, fanático, neurótico, con adicciones, obsesiones, o fobias, angustiado, deprimido y temeroso, o con odio, irritado, agresivo, destructor y vengativo, egoísta, soberbio, ambicioso,
codicioso y envidioso, en conflicto con su pasado y temeroso del futuro, depredador de la naturaleza, sin un sentido de la vida,... – es incapaz de autodeterminarse a obrar, y es aquello que lo debilita, anula o merma, aquello a lo que es adicto, o a lo que tiene obsesión o fobia, aquello que le angustia, le deprime y teme, aquello que ambiciona, codicia y envidia, aquello que odia, le irrita y pretende destruir, así como su ignorancia y su vaciedad... lo que le condiciona , o determina a obrar, o le paraliza. El Hombre enfermo no es, pues,activo, libre, sino pasivo, esclavo de las circunstancias y determinado por ellas.
 
Por lo dicho, queda claro que, sólo en la situación ideal de Salud o Libertad, puede el Hombre vivir plenamente su vida, esto es, expresar plenamente su individual personalidad, y que ésta  queda recortada en la medida en que es recortada su Salud o Libertad.
 
B) Pero, puesto que el Hombre no es un ser aislado, es imposible que no sea determinado, o condicionado, de algún modo, por las circunstancias, que, además, pueden empujarle a obrar, o impedirle obrar, de modo distinto a como desearía, o como convendría a sus verdaderos intereses. Por ello, el Hombre Sano, virtualmente libre por sí, puede no serlo realmente, eficazmente, cuando sus circunstancias son contrarias a lo que demanda su naturaleza.
 
En consecuencia, para que el Hombre pueda ejercitar su Libertad activa, desplegar sus poderes, debe librarse, en la medida de lo posible, de todo aquello que va  en  contra de sus verdaderos intereses. Y esto tanto en el plano de la Naturaleza, como en el plano de la Sociedad.

En el plano natural, el Hombre debería eliminar, o apartar de sí, todo aquello que le impide alcanzar su plena Salud. Y cuando esto no es posible, el Hombre, aceptando la fatalidad que le impide ser libre, realiza aún un último acto de libertad. En el plano social, puesto que la Sociedad, imponiendo unas determinadas relaciones y comportamientos, suele moldear el carácter de sus componentes de modo que sirvan a los intereses de la comunidad, sean éstos los del Hombre o no, y puesto que alguna organización es necesaria para poder convivir, deberían, por decirlo positivamente, crearse condiciones sociales, económicas, laborales, políticas, jurídicas, culturales... es decir, modos de vida, costumbres, procedimientos, empresas, instituciones, órganos de gestión y asesoramiento, leyes, normas, o pautas de conducta... que estén de acuerdo con los verdaderos intereses del Hombre y satisfagan sus necesidades, esto es, que le permitan alcanzar su plena Salud. – Nótese, de pasada que, sólo en estas condiciones de plena Salud, de libertad de y de libertad para, puede realizarse la verdadera Anarquía, en el sentido de que el Hombre, al perseguir el interés común, perseguiría su interés propio, y, por tanto, no obedecería a nadie más que a sí mismo. Esto es, ciertamente, difícil de lograr, pero no imposible, pues el sistema social, que abarca todas estas condiciones, depende, en último término, de los individuos que lo crean y lo componen. Por ello, desde el punto de vista social, la libertad en este sentido de indeterminación de las circunstancias adversas, aunque – dicho positivamente – consiste en el conjunto de condiciones que conforman un estado de paz social, en el que pueden desplegarse y expresarse armónicamente las vidas de todos, esto es, el conjunto de condiciones que hacen posible la libertad en sentido activo, se reconduce, en último término, a la sociabilidad, de la que he hablado más arriba, por la que el Hombre es capaz de crear estas condiciones. C) Por todo lo dicho, se puede ver que los dos aspectos de la libertad son interdependientes: sin libertad para, no es posible la libertad de, pues hace falta un Hombre Sano para poder crear una Sociedad sana. Pero, sin libertad de, no es posible la libertad para, pues sin una Sociedad sana, no es posible el Hombre Sano


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1 comentario:

  1. Gracias por compartir tan maravillosa enseñanza.
    Paz Profunda
    Jesús y Evelia

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