lunes, 23 de julio de 2018

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO Por Max Heindel - en you tube -

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
Por Max Heindel

He aquí cómo puede ser explicado, en esencia, el argumento que sustenta la religión Cristiana ortodoxa sobre el sacramento del matrimonio.
Primero: Tentados por el demonio, nuestros primeros padres pecaron y por ello fueron arrojados del Paraíso y en consecuencia, quedaron sujetos a la ley y la muerte de la que no podían escapar por su propio esfuerzo. 
Segundo: En su gran amor por los hombres, Dios envió a su hijo Unigénito al mundo para redimirle y establecer en él el reinado del cielo. Luego la muerte será al fin vencida por la inmortalidad. 
Este sencillo credo ha hecho sonreír compasivamente a los ateos, a los puramente intelectuales que han profundizado en filosofías trascendentales y también a muchos que estudian la Misteriosa Doctrina Occidental. Pero tal actitud es enteramente gratuita, según vamos a demostrar. 
En primer lugar hemos de reconocer que los guías divinos no hubieran permitido que millones de seres vivieran en el error durante siglos y siglos. 
Cuando se despoja a la Misteriosa Doctrina Occidental de todo exceso de demostraciones y prejuicios y de detalladas descripciones secundarias, se ve claramente que sus enseñanzas concuerdan con los de la doctrina cristiana ortodoxa. 
Hubo un tiempo en que la humanidad vivía en la pureza, desconociendo la tristeza del dolor y la muerte. 
Digamos también, que no es una superchería ni un mito de la Cristiandad el “tentador personal” (demonio) pues los espíritus de Lucifer fueron realmente ángeles caídos que tentaban y están tentando al hombre, valiéndose de la sugestión en la fase material de su existencia donde el hombre está supeditado a la ley de la decrepitud y de la muerte. 
Muy cierto es así mismo que la misión de Cristo fue la de ayudar a la humanidad a elevarse a un estado más sutil en el cual no será necesaria la disgregación para librarse del cuerpo denso. 
Este es realmente un “cuerpo de muerte” del cual vive únicamente una pequeña porción, pues, una parte de su masa es materia nutritiva que no ha sido todavía asimilada y otra gran parte está ya en camino de la asimilación, encontrándose entre ambos polos la sustancia que es enteramente vivificadora por el espíritu. 
Hemos considerado ya, en números recientes los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía que afectan particularmente al espíritu. Vamos ahora a tratar de la parte profunda del sacramento del matrimonio que afecta al cuerpo.
Cual los otros sacramentos, la institución del matrimonio tuvo su principio y tendrá su fin. El principio fue expuesto por Cristo cuando dijo: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, macho y hembra los hizo? Por lo tanto, el hombre dejará padre y madre y se unirá a su mujer y serán dos en una carne. Así que no son ya más dos sino una carne”. (San Mateo, capítulo 19 vers.4-6). 
Del mismo modo indicó Cristo el fin del Matrimonio diciendo: “Porque en la resurrección, ni los hombres tomarán mujeres ni las mujeres maridos, más serán los Ángeles de Dios en el Cielo” (San Mateo, capítulo 22. vers.30). 
La lógica de la enseñanza que encierra este pasaje, es evidente, pues el matrimonio es necesario para que se produzcan, instrumentos por el mismo nuevos, que vengan a suplir los que la muerte destruyó, y cuando la muerte sea absorbida por la inmortalidad y no sea preciso por lo tanto, producir nuevos instrumentos, el matrimonio no tendrá razón de ser. 
Con admirable audacia, la Ciencia ha creído haber desentrañado el misterio de la fecundación, y nos ha explicado de qué manera se opera aquella en los ovarios, cómo está formado el huevecito recluido en oscura cavidad, como sale de allí para introducirse en la trompa de Falopio, y que en ella, penetra el espermatozoide del macho, quedando así completo el embrión del cuerpo humano. Parece pues, que la Ciencia ha hablado por fin, de la “fuente y origen de la vida”. Pero la vida no tiene principio ni fin, y lo que la Ciencia considera ser fuente de la vida, no es más, ¡AY! Que el origen de la muerte, ya que todo lo que nace de la matriz irá a parar tarde o temprano a la tumba. 
El matrimonio, al mismo tiempo que procura nacimientos, provee de alimento a la voracidad insaciable de la muerte, y mientras el matrimonio sea necesario para la generación y el nacimiento, la desintegración y la muerte serán inevitables. 
Es de primordial importancia conocer la historia del matrimonio, sus leyes, la duración de su institución y como puede ser espiritualizado. 
Cuando obteníamos nuestro cuerpo vital en la “Hiperbórea”, el sol, la luna y la tierra estaban unidos y las fuerzas lumino-solares permitían a los seres perpetuar su especie respectiva por medio de la yema y el esporo, tal como sucede en ciertas plantas de hoy día. 
Los esfuerzos del cuerpo vital para ablandar el vehículo denso y mantenerlo vivo, no se interpenetraban, a la razón con él y este cuerpoplanta vivía por edades. 
El hombre era entonces inconsciente y estaba en estado estacionario como una planta, es decir, no hacía esfuerzo alguno. La adición del cuerpo de deseos despertó en el hombre incentivos y anhelos, y de la lucha del cuerpo vital (que construye) con el cuerpo de deseos (que destruye el cuerpo denso) resultó la conciencia. 
Por consiguiente, la disolución de ambos cuerpos no es más que una cuestión de tiempo.
La energía constructiva del cuerpo vital fue también necesariamente dividida. Una parte o polo, servía para las funciones vitales del cuerpo y la otra para reponer el vehículo perdido por causa de la muerte. Así como los dos polos de una magneto o de una dinamo son necesarios para la manifestación de fuerza, así también dos seres de sexo contrarios fueron indispensables para la generación. El matrimonio pues, y el nacimiento, fueron precisos para contrarrestar los efectos de la muerte. De donde resulta que la muerte es el precio que pagamos por nuestra conciencia en el mundo presente.
El matrimonio y los nacimientos repetidos son nuestra arma para combatir al rey del terror, (la muerte) hasta que cambiando nuestra constitución, lleguemos a ser como ángeles.
Nótese bien que no decimos llegar a ser Ángeles, sino “como” ángeles, pues los ángeles son la humanidad del periodo lunar. Ellos pertenecen a otro orden de evolución enteramente distinto del nuestro. Esta diferencia de evolución entre el ángel y el hombre, es
equivalente a la que existe entre los espíritus humanos y los espíritus de los animales actuales.
En su Carta a los hebreos, decía San Pablo que el hombre fue hecho por poco tiempo inferior a los ángeles. El hombre desconoció la maternidad durante el Período de la Tierra, al paso que los ángeles jamás habitaron un mundo más denso que el éter. Del mismo modo que nosotros construimos nuestros cuerpos con los elementos químicos de la tierra, los ángeles forman el suyo del éter. En esta sustancia residen todas las fuerzas de la vida, y una vez el hombre llega a ser como los ángeles y aprenda por consiguiente a construir su cuerpo del éter, ya no está sujeto a la muerte y no necesita, por ende, del matrimonio para producir nacimientos.
Pero mirando al matrimonio desde otro punto de vista, considerándolo más bien una unión de almas que de sexos, descubrimos el sublime misterio del Amor. La unión de sexos sirve, desde luego, para perpetuar las razas, pero el verdadero matrimonio, une también a las almas, sublimando los sexos.
Los seres que se juntan en el elevado plano de la intimidad espiritual ofrecen sus cuerpos en aras del “Amor del rio nacido” atrayendo así el espíritu que espera entrar en un cuerpo, sin mácula concebido. He ahí como la humanidad puede redimirse del imperio de la muerte.
Hallaremos evidente lo dicho, si comparamos la acción bienhechora del cuerpo vital con la del cuerpo de deseos en el paroxismo del deleite sensual, en cuyo estado, el hombre pierde el dominio de sí mismo, sus músculos adquieren extraña rigidez y la energía nerviosa se pierde en proporciones enormes, quedando luego, el cuerpo, sumido en un profundo abatimiento que puede durar algunas veces, semanas enteras. El trabajo más pesado no fatiga ciertamente, tanto como aquel acto natural, cuando se realiza con brutal frenesí.
El niño concebido con tan intensa pasión, nace con pocas probabilidades de gozar larga vida, y así vemos que son raros en nuestros días los casos de longevidad por el aterrador incremento de la mortalidad infantil. Las tendencias constructivas del cuerpo vital, que es el vehículo del amor, no se pueden analizar muy fácilmente, pero la observación y la experiencia demuestran, que el gozo espiritual vigoriza la vida. Podemos pues, deducir que el niño concebido en condiciones de armonía y cariño tendrá más probabilidades de vivir que el que fue engendrado en un momento de pasión violenta.
Según se lee en el Génesis, fue dicho a la mujer: “Con dolor parirás tus hijos”. Los comentadores de la Biblia no han llegado a explicarse nunca qué relación puede haber entre el hecho de comer la fruta prohibida y los dolores del parto, más si comprendemos las
explicaciones que nos da la Biblia sobre la castidad del acto de la generación, pronto descubriremos que aquella relación, existe real y positivamente.
Sabido es que la poco sensitiva madre etíope o india, poco después de haber dado a luz reanuda sus habituales quehaceres en la granja o en el campo, mientras que a la mujer occidental, más sensitiva y de un temperamento nervioso más refinado, le es muy difícil la prueba de la maternidad, pese al auxilio que recibe de la Ciencia.
Son varias las causas que contribuyen a ello, figurando en primer término la falta de selección. No deja de ser chocante lo que ocurre, ponemos un cuidado asaz escrupuloso en la selección de nuestros caballos y demás ejemplares de ganado para la cría, con la mira de obtener el mejor rendimiento posible, y en cambio, descuidamos la selección del futuro padre o madre de nuestros hijos. Nos casamos por mero impulso, a favor de las leyes establecidas que nos facilitan grandemente la entrada en el templo de himeneo.
Las palabras pronunciadas en el acto del casamiento por el sacerdote o juez, parece que son tenidas como una licencia que nos dan, para obrar a nuestro capricho, y poco o nada nos fijamos en que el legislador no tiene poder alguno para contravenir la ley de Dios.
Entre los animales, el ayuntamiento carnal se verifica en épocas determinadas y la hembra es respetada por el macho durante el período de gestación. No sucede así por lo general, en la especie humana.
Dígase pues, si ante los peligros que ofrece la maternidad, no es tiempo ya de que se ponga remedio al mal mediante una relación más sana entre los cónyuges.La Astrología revela el temperamento y tendencias de todo ser humano. Por la Astrología, pues, pueden descubrir dos seres el modo de unirse para vivir una vida de verdadero amor, y esa misma ciencia les indicará el momento en que las líneas interplanetarias de fuerza son propicias para evitar los dolores del parto.Por consiguiente, la ciencia astrológica nos da el medio de obtener del seno de la madre naturaleza, hijos de amor, dotados de dilatada vida y de salud perfecta.
Finalmente, día vendrá en que esos cuerpos sean tan perfectos en su pureza etérea, que puedan subsistir hasta la Edad venidera, lo que hará superfluo el matrimonio.
Y aunque ahora nos amemos, viéndonos unos a otros a través de un cristal oscuro y de la máscara de la personalidad o del velo del engaño, estamos persuadidos de que el amor espiritual, purgado de toda pasión en el crisol del dolor, será mañana nuestra joya más esplendorosa en el cielo, cuyo pálido reflejo es el amor de la tierra.

Por Max Heindel

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