domingo, 26 de julio de 2015

La Rosacruz Noviembre 1927 Barcelona



EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
Por Max Heindel

Continuación

   La energía constructiva del cuerpo vital fue también necesariamente dividida. Una parte o polo, servía para las funciones vitales del cuerpo y la otra para reponer el vehículo perdido por causa de la muerte.  Así como los dos polos de una magneto o de una dinamo son necesarios para la manifestación de fuerza, así también dos seres de sexo contrarios fueron indispensables para la generación.  El matrimonio pues, y el nacimiento, fueron precisos para contrarrestar los efectos de la muerte.  De donde resulta que la muerte  es el precio que pagamos por nuestra conciencia en el mundo presente.
    El matrimonio y los nacimientos repetidos son nuestra arma para combatir al rey del terror, (la muerte) hasta que cambiando nuestra constitución, lleguemos a ser como ángeles.
Nótese bien que no decimos llegar a ser Ángeles, sino “como” ángeles, pues los ángeles son la humanidad del periodo lunar.  Ellos pertenecen a otro orden de evolución enteramente distinto del nuestro.   Esta diferencia de evolución entre el ángel y el hombre, es equivalente a la que existe entre los espíritus humanos y los espíritus de los animales actuales.
    En su Carta a los hebreos, decía San Pablo que el hombre fue hecho por poco tiempo inferior a los ángeles.  El hombre desconoció  la maternidad durante el  Período de la Tierra, al paso que los ángeles jamás habitaron un mundo más denso que el éter. Del mismo modo que nosotros construimos nuestros cuerpos con los elementos químicos de la tierra, los ángeles forman el suyo del éter.  En esta sustancia residen todas las fuerzas de la vida, y una vez el hombre llega a ser como los ángeles y aprenda por consiguiente a construir su cuerpo del éter, ya no está sujeto a la muerte y no necesita, por ende, del matrimonio para producir nacimientos.
   Pero mirando al matrimonio desde otro punto de vista, considerándolo más bien una unión de almas que de sexos, descubrimos el sublime misterio del Amor.
   La unión de sexos sirve, desde luego, para perpetuar las razas, pero el verdadero matrimonio, une también a las almas, sublimando los sexos.
  Los seres que se juntan en el elevado plano de la intimidad espiritual ofrecen sus cuerpos en aras del “Amor del rio nacido” atrayendo así el espíritu que espera entrar en un cuerpo, sin mácula concebido.  He ahí como la humanidad puede redimirse del imperio de la muerte.
   Hallaremos evidente lo dicho, si comparamos la acción bienhechora del cuerpo vital con la del cuerpo de deseos en el paroxismo del deleite sensual, en cuyo estado, el hombre pierde el dominio de sí mismo, sus músculos adquieren extraña rigidez y la energía nerviosa se pierde en proporciones enormes, quedando luego, el cuerpo, sumido en un profundo abatimiento que puede durar algunas veces, semanas enteras.  El trabajo más pesado no fatiga ciertamente, tanto como aquel acto natural, cuando se realiza con brutal frenesí.
   El niño concebido con tan intensa pasión, nace con pocas probabilidades de gozar larga vida, y así vemos que son raros en nuestros días los casos de longevidad por el aterrador incremento de la mortalidad infantil.
Las tendencias constructivas del cuerpo vital, que es el vehículo del amor, no se pueden analizar muy fácilmente, pero la observación y la experiencia demuestran, que el gozo espiritual vigoriza la vida.  Podemos pues, deducir que el niño concebido en condiciones de armonía y cariño tendrá más probabilidades de vivir que el que fue engendrado en un momento de pasión violenta.
  Según se lee en el Génesis, fue dicho a la mujer: “Con dolor parirás tus hijos”.  Los comentadores de la Biblia no han llegado a explicarse nunca qué relación  puede haber entre el hecho de comer la fruta prohibida y los dolores del parto, más si comprendemos las explicaciones que nos da la Biblia sobre la castidad del acto de la generación, pronto descubriremos que aquella relación, existe real y positivamente.
Sabido es que la poco sensitiva madre etíope o india, poco después de haber dado a luz reanuda sus habituales quehaceres en la granja o en el campo, mientras que a la mujer occidental, más sensitiva y de un temperamento nervioso más refinado, le es muy difícil la prueba de la maternidad, pese al auxilio que recibe de la Ciencia.
   Son varias las causas que contribuyen a ello, figurando en primer término la falta de selección.  No deja de ser chocante lo que ocurre, ponemos un cuidado asaz escrupuloso en la selección de nuestros caballos y demás ejemplares de ganado para la cría, con la mira de obtener el mejor rendimiento posible, y en cambio, descuidamos la selección del futuro padre o madre de nuestros hijos.  Nos casamos por mero impulso, a favor de las leyes establecidas que nos facilitan grandemente la entrada en el templo de himeneo.
  Las palabras pronunciadas en el acto del casamiento por el sacerdote o juez, parece que son tenidas como una licencia que nos dan, para obrar a nuestro capricho, y poco o nada nos fijamos en que el legislador  no tiene poder alguno para contravenir la ley de Dios.
   Entre los animales, el ayuntamiento carnal se verifica en épocas determinadas y la hembra es respetada por el macho durante el período de gestación.  No sucede así por lo general, en la especie humana.
Dígase pues, si ante los peligros que ofrece la maternidad, no es tiempo ya de que se ponga remedio al mal mediante una relación más sana entre los cónyuges.
  La Astrología revela el temperamento y tendencias de todo ser humano.  Por la Astrología, pues, pueden descubrir dos seres el modo de unirse para vivir una vida de verdadero amor, y esa misma ciencia les indicará el momento en que las líneas interplanetarias de fuerza son propicias para evitar los dolores del parto.
  Por consiguiente, la ciencia astrológica nos da el medio de obtener del seno de la madre naturaleza, hijos de amor, dotados de dilatada vida y de salud perfecta.
  Finalmente, día vendrá en que esos cuerpos sean tan perfectos en su pureza etérea, que puedan subsistir hasta la Edad venidera, lo que hará superfluo el matrimonio.
  Y aunque ahora nos amemos, viéndonos unos a otros a través de un cristal oscuro y de la máscara de la personalidad o del velo del engaño, estamos persuadidos de que el amor espiritual, purgado de toda pasión en el crisol del dolor, será mañana nuestra joya más esplendorosa en el cielo, cuyo pálido reflejo es el amor de la tierra.
  
¡CONFIANZA! …
¿Podemos dudar de que Dios exista? No!
¿Podemos dudar de sus atributos infinitos de bondad, amor, justicia etc…? No!
¿Podemos creer que Él consienta el sufrimiento inútil de sus hijos? No!
Pues entonces, si pensamos así.  ¿Por qué atormentarnos en nuestras tribulaciones?
Lo que sufrimos es justo, es necesario, es conveniente.  Nos cancela el pasado y nos pone en condiciones de aprovechar el porvenir. Nos hace progresar y nos acerca a Dios.  Bendigámoslo, pues.
Pensemos todos los días en esto, connaturalicémonos con ésta idea y soportaremos el dolor con más facilidad.
¡Dios está en nosotros!...
                                                                                                                                                                                       F. Seguí


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