La energía
constructiva del cuerpo vital fue también necesariamente dividida. Una parte o
polo, servía para las funciones vitales del cuerpo y la otra para reponer el
vehículo perdido por causa de la muerte.
Así como los dos polos de una magneto o de una dinamo son necesarios
para la manifestación de fuerza, así también dos seres de sexo contrarios
fueron indispensables para la generación.
El matrimonio pues, y el nacimiento, fueron precisos para contrarrestar
los efectos de la muerte. De donde
resulta que la muerte es el precio que
pagamos por nuestra conciencia en el mundo presente.
El matrimonio y
los nacimientos repetidos son nuestra arma para combatir al rey del terror, (la
muerte) hasta que cambiando nuestra constitución, lleguemos a ser como ángeles.
Nótese bien que
no decimos llegar a ser Ángeles, sino “como” ángeles, pues los ángeles son la
humanidad del periodo lunar. Ellos pertenecen
a otro orden de evolución enteramente distinto del nuestro. Esta diferencia de evolución entre el ángel
y el hombre, es equivalente a la que existe entre los espíritus humanos y los
espíritus de los animales actuales.
En su Carta a
los hebreos, decía San Pablo que el hombre fue hecho por poco tiempo inferior a
los ángeles. El hombre desconoció la maternidad durante el Período de la Tierra, al paso que los ángeles
jamás habitaron un mundo más denso que el éter. Del mismo modo que nosotros
construimos nuestros cuerpos con los elementos químicos de la tierra, los
ángeles forman el suyo del éter. En esta
sustancia residen todas las fuerzas de la vida, y una vez el hombre llega a ser
como los ángeles y aprenda por consiguiente a construir su cuerpo del éter, ya
no está sujeto a la muerte y no necesita, por ende, del matrimonio para
producir nacimientos.
Pero mirando al
matrimonio desde otro punto de vista, considerándolo más bien una unión de
almas que de sexos, descubrimos el sublime misterio del Amor.
La unión de
sexos sirve, desde luego, para perpetuar las razas, pero el verdadero
matrimonio, une también a las almas, sublimando los sexos.
Los seres que se
juntan en el elevado plano de la intimidad espiritual ofrecen sus cuerpos en
aras del “Amor del rio nacido” atrayendo así el espíritu que espera entrar en
un cuerpo, sin mácula concebido. He ahí
como la humanidad puede redimirse del imperio de la muerte.
Hallaremos
evidente lo dicho, si comparamos la acción bienhechora del cuerpo vital con la
del cuerpo de deseos en el paroxismo del deleite sensual, en cuyo estado, el
hombre pierde el dominio de sí mismo, sus músculos adquieren extraña rigidez y
la energía nerviosa se pierde en proporciones enormes, quedando luego, el
cuerpo, sumido en un profundo abatimiento que puede durar algunas veces,
semanas enteras. El trabajo más pesado
no fatiga ciertamente, tanto como aquel acto natural, cuando se realiza con
brutal frenesí.
El niño
concebido con tan intensa pasión, nace con pocas probabilidades de gozar larga
vida, y así vemos que son raros en nuestros días los casos de longevidad por el
aterrador incremento de la mortalidad infantil.
Las tendencias
constructivas del cuerpo vital, que es el vehículo del amor, no se pueden analizar
muy fácilmente, pero la observación y la experiencia demuestran, que el gozo
espiritual vigoriza la vida. Podemos
pues, deducir que el niño concebido en condiciones de armonía y cariño tendrá
más probabilidades de vivir que el que fue engendrado en un momento de pasión
violenta.
Según se lee en
el Génesis, fue dicho a la mujer: “Con dolor parirás tus hijos”. Los comentadores de la Biblia no han llegado
a explicarse nunca qué relación puede
haber entre el hecho de comer la fruta prohibida y los dolores del parto, más
si comprendemos las explicaciones que nos da la Biblia sobre la castidad del
acto de la generación, pronto descubriremos que aquella relación, existe real y
positivamente.
Sabido es que la
poco sensitiva madre etíope o india, poco después de haber dado a luz reanuda
sus habituales quehaceres en la granja o en el campo, mientras que a la mujer
occidental, más sensitiva y de un temperamento nervioso más refinado, le es muy
difícil la prueba de la maternidad, pese al auxilio que recibe de la Ciencia.
Son varias las causas
que contribuyen a ello, figurando en primer término la falta de selección. No deja de ser chocante lo que ocurre,
ponemos un cuidado asaz escrupuloso en la selección de nuestros caballos y
demás ejemplares de ganado para la cría, con la mira de obtener el mejor
rendimiento posible, y en cambio, descuidamos la selección del futuro padre o
madre de nuestros hijos. Nos casamos por
mero impulso, a favor de las leyes establecidas que nos facilitan grandemente
la entrada en el templo de himeneo.
Las palabras
pronunciadas en el acto del casamiento por el sacerdote o juez, parece que son
tenidas como una licencia que nos dan, para obrar a nuestro capricho, y poco o
nada nos fijamos en que el legislador no
tiene poder alguno para contravenir la ley de Dios.
Entre los
animales, el ayuntamiento carnal se verifica en épocas determinadas y la hembra
es respetada por el macho durante el período de gestación. No sucede así por lo general, en la especie
humana.
Dígase pues, si
ante los peligros que ofrece la maternidad, no es tiempo ya de que se ponga
remedio al mal mediante una relación más sana entre los cónyuges.
La Astrología
revela el temperamento y tendencias de todo ser humano. Por la Astrología, pues, pueden descubrir dos
seres el modo de unirse para vivir una vida de verdadero amor, y esa misma
ciencia les indicará el momento en que las líneas interplanetarias de fuerza
son propicias para evitar los dolores del parto.
Por
consiguiente, la ciencia astrológica nos da el medio de obtener del seno de la
madre naturaleza, hijos de amor, dotados de dilatada vida y de salud perfecta.
Finalmente, día
vendrá en que esos cuerpos sean tan perfectos en su pureza etérea, que puedan
subsistir hasta la Edad venidera, lo que hará superfluo el matrimonio.
Y aunque ahora
nos amemos, viéndonos unos a otros a través de un cristal oscuro y de la
máscara de la personalidad o del velo del engaño, estamos persuadidos de que el
amor espiritual, purgado de toda pasión en el crisol del dolor, será mañana
nuestra joya más esplendorosa en el cielo, cuyo pálido reflejo es el amor de la
tierra.
¡CONFIANZA! …
¿Podemos dudar
de que Dios exista? No!
¿Podemos dudar
de sus atributos infinitos de bondad, amor, justicia etc…? No!
¿Podemos creer
que Él consienta el sufrimiento inútil de sus hijos? No!
Pues entonces,
si pensamos así. ¿Por qué atormentarnos
en nuestras tribulaciones?
Lo que sufrimos
es justo, es necesario, es conveniente.
Nos cancela el pasado y nos pone en condiciones de aprovechar el
porvenir. Nos hace progresar y nos acerca a Dios. Bendigámoslo, pues.
Pensemos todos
los días en esto, connaturalicémonos con ésta idea y soportaremos el dolor con
más facilidad.
¡Dios está en
nosotros!...
F.
Seguí
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario