lunes, 28 de septiembre de 2015

Del Tabernáculo del Desierto al Templo de Salomón


DEL TABERNÁCULO DEL DESIERTO AL TEMPLO DE SALOMÓN

El día en que Abel mató a su hermano Caín.
La Biblia ha popularizado y difundido por el Universo entero el primer crimen histórico entre hermanos. Desde su más tierna edad, todos los habitantes del Mundo saben que Caín mató a su hermano Abel. En cambio sería inútil buscar en los libros sagrados, precisiones sobre los hechos que llevaron a los descendientes de Abel a dar muerte a su hermano Caín. Y es natural que los autores de los relatos bíblicos no se extiendan demasiado sobre esas circunstancias, ya que, como hemos explicado en el artículo anterior, la Biblia fue escrita por los representantes de la tendencia de Abel, y a nadie le gusta evocar sus propias miserias. Veamos pues de qué manera se perpetró éste crimen, que forma parte, no lo olvidemos, de nuestra historia interior. Hemos dicho en los anteriores artículos y queremos repetirlo, que la historia que relatan los libros sagrados, no es solamente el desarrollo de unos hechos a través del tiempo, sino la historia de la evolución personal de cada ser humano, en su camino hacia la conciencia superior de su propia identidad.
En el artículo anterior hemos visto como la civilización Atlante, creada por los descendientes de Caín, con exclusión total de los representantes de Abel, quedó destruida por las aguas del Diluvio. Hemos visto también como la tendencia de Abel, que estaba “muerta”, sin estrenar, tomó las riendas del Universo y creó la civilización que se desarrolló después del Diluvio. Sobre ésta civilización tenemos bastantes detalles reseñados en la Biblia. Fue una civilización de luchas y de ceremonias. El Rey era al mismo tiempo el Sumo Sacerdote, el poder espiritual y el material estaba en una misma mano. De las prácticas de esa época quedan todavía reminiscencias en el mundo de nuestros días, y así vemos como el Emperador del Japón, es al mismo tiempo, el representante de los dioses, y los musulmanes adoran al rey y al jefe espiritual, también al mismo tiempo.

EL TABERNÁCULO DEL DESIERTO Y EL TEMPLO, DESDE EL PUNTO DE VISTA ESOTÉRICO
Los descendientes de Abel construyeron poco, desde el punto de vista tecnológico, y las ciudades que fueron levantadas bajo su reinado, las construyeron los arquitectos de la “raza” de Cam, el hijo de Noé, en el cual se encontraba viva la tendencia de Caín, pero subordinada a los Abel-Noé que eran quienes dominaban.
Los Abel-Noé eran religiosos por naturaleza, pero su religiosidad era pasiva y no contribuía a que progresara la Obra del Mundo. Ellos sabían que existía una “raza” de creadores y buscaban, invocándolos, que les dictaran las líneas de su actuación. Si “la voz de los dioses” les ordenaba que cogieran a su primogénito y que lo sacrificaran, ellos lo hacían, sin discusión, sin oponer a esa “voz” un criterio propio.
Sin embargo, todo el objetivo de la Creación era conseguir que el hombre se hiciera con su propio criterio, y no que utilizara el de las Jerarquías Creadoras. La virtud de la obediencia es propia de la etapa infantil y por si sola, es difícil que conduzca a la madurez.
Durante un largo periodo de siglos, Dios se comunicaba con sus siervos en el desierto. Más tarde, se construyó el Tabernáculo, que era una morada de la Divinidad, emplazada igualmente en el Desierto. Allí se encerraban los sacerdotes, en fechas determinadas, para recibir las órdenes del Creador.
El desierto en el lenguaje simbólico, significa la parte de la psique que no ha sido colonizada aún por la conciencia. Es por excelencia el dominio de lo inconsciente, de aquello a lo cual el ser humano no tiene todavía acceso. Era preciso que esa comunicación con la transcendencia en el desierto, tuviera lugar en el Templo, es decir en el propio interior del edificio psíquico humano. A éste fin Jehová concibió el plan de levantar esa obra arquitectónica que conocemos con el nombre de El Templo de Salomón.
Salomón era el más egregio representante de la tendencia Abel-Noé, hombre hábil en todos los exorcismos del Agua, conocía con una perfección jamás igualada el nombre, el poder de todos los Ángeles y de todos los Genios que actúan en un momento determinado. El Sello de Salomón es aún hoy un Péntaculo que tiene la virtud de captar las fuerzas de la naturaleza que circulan en un instante preciso, y todos los grimorios para conjurar a los espíritus se basan en la obra de Salomón. Era un auténtico Mago, y su poder psíquico no ha sido jamás igualado hasta hoy.
Nadie mejor que él para que el Creador le confiara una tarea. Y fue así como Jehová le encargó que edificara el Templo, en el que el Tabernáculo sería instalado de una manera permanente. En ese Templo, el hombre podría dialogar a toda hora con el Creador. Dicho de otro modo, esa comunicación del ser humano con su Dios exterior, se convertiría en comunicación con un Dios interior, ya que ese Templo es la imagen de nuestro propio edificio espiritual, que cada uno de nosotros tiene que levantar, y en el cual, la fuerza Divina interiorizada se expresa de una manera dinámica, para acabar convirtiéndonos en dioses.
Pero Salomón, que conocía todos los secretos de la conjuración de los espíritus, ignoraba por completo el arte de construir. Jehová le dio todas las medidas que debería tener ese Templo, pero ni Salomón ni ningún hombre de su estirpe estaban en condiciones de convertir esas medidas en piedra viva, y darles forma.
Para que se edificase ésta obra, Salomón tuvo que llamar a un arquitecto, conocido con el nombre de Hiram Abiff.
Hiram era un representante de la línea de Caín-Cam, es decir un hombre hábil en el arte de las construcciones. Por primera vez Abel-Salomón y Caín-Hiram iban a colaborar en la realización de una Obra.
J.L.

Nota: si deseáis más información, así como profundizar en el tema, podéis mirar el libro Masonería y Catolicismo el cual se encuentra en nuestra web: www.rosacruzmaxheindel.org

Agradecemos a la Asociación de Estudiantes de Filosofía Rosacruz Max Heindel, por este aporte

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