martes, 15 de septiembre de 2015

el drama de las tribus perdidas



EL DRAMA DE LAS TRIBUS PERDIDAS

Decíamos pues que, al ser introducido en el mundo un nuevo elemento, “el Aire”, fue posible que naciera en la humanidad un Cuerpo Mental que nos permitiría elaborar nuestros propios pensamientos. Es a través del aire que respiramos, que el Pensamiento Cósmico se introduce en nosotros. De ahí lo importante que nuestros pulmones funcionen bien y de que nuestra nariz esté en condiciones de captar ese aire.
En el marco de esa exposición no podemos entrar en detalles sobre la estructura hermética del hombre, pero digamos, de pasada, que la nariz realiza una función selectiva respecto a las imágenes mentales que introduce a los pulmones, y que, mientras la nariz derecha está regida por Júpiter y a través de ella se cuelan las tendencias expansivas y optimistas, la nariz izquierda regida por Saturno, introduce en nosotros la mesura, la ponderación, y las tendencias pesimistas. Hay que procurar absorber aire con las dos narinas para que no se produzca un desequilibrio en la mente, sea por un exceso de optimismo que nos haga verlo todo en rosa, o un exceso de pesimismo que nos lo pinte todo negro. El aire que respiramos, no solamente nos permite existir, sino que nos permite pensar y cuando Descartes, el filósofo iniciado dijo: “Pienso, luego existo”, lo que en realidad quería decir era eso, que pensamiento y vida es una misma cosa.
El Cuerpo Mental iba pues a ser dado al hombre, pero no a todos los hombres. Es evidente que, en el transcurrir de los siglos, hay siempre grupos que se quedan atrás y que, en el momento de la gran prueba, no están preparados para pasarla.
Fue así como las Jerarquías Creadoras, concibieron el proyecto de agrupar a un pueblo elegido, es decir, reunir al grupo humano que era capaz de funcionar con el Cuerpo Mental. La historia hermética nos refiere como los Creadores trataron con especial atención a ese grupo humano conocido con el nombre de Pueblo de Israel.
Para que esa idea, de dar a la humanidad un Cuerpo Mental, pudiera prosperar, era preciso que ese pueblo elegido no se desviara de su ruta, o sea que no se mezclara con personas pertenecientes a los pueblos “inferiores”, es decir, a los grupos humanos aún no preparados para recibir el “Intelecto”. Así les fue dada la consigna de no casarse con hombres o mujeres que no pertenecieran a su “raza”. Fue una consigna introducida en su conciencia, en su sangre.
Algunos respetaron esa consigna, pero otros la desoyeron y ese grupo se conoce en la Biblia, con el nombre de las Tribus Perdidas.   Los que respetaron las consignas de los Creadores, dejaron su cautiverio, el cautiverio de la vida emotiva, y, estando en el desierto, les cayó del Cielo el Divino Maná, ese alimento espiritual que es, en realidad, el Cuerpo mental que les permitiría elaborar ideas. Ya con ese intelecto incorporado en ellos, el Pueblo Elegido pudo entrar en la Tierra prometida.

EL PUEBLO ELEGIDO

Cuando la Biblia habla del Pueblo Elegido, no se refiere a una raza física, sino, a un linaje espiritual. Ese Pueblo Elegido estaba formado por toda la élite de la humanidad, y fue elegido en un momento transcendente.
Una vez recibido el Intelecto, prosiguió su evolución fundido en las diversas naciones, de alta civilización, que se irían progresivamente formando.
En cambio, para las Tribus Perdidas, la historia fue más trágica. Max Heindel en su libro “Concepto Rosacruz del Cosmos”, explica detalladamente cómo después de la muerte, asimilamos las experiencias que durante la vida no hemos percibido. Aquellas Tribus Perdidas, al morir, se dieron cuenta del gran error que habían cometido al traicionar la consigna de no casarse más que con personas de su “raza”, de su grupo, y se hicieron el firme propósito de cumplirla en la próxima vida.
Esas tribus Perdidas son los actuales Israelitas, que durante siglos sólo se han casado con personas de su grupo físico, con el imposible afán de cumplir una consigna que ya no tiene validez ni objeto alguno. A pesar de las catástrofes y de las lamentables desgracias que se han abatido sobre ese Pueblo, ellos siguen proclamándose los elegidos, y esperan un Mesías que llegó ya y no fue reconocido.
Ese Apego a su propio grupo humano, les impide evolucionar normalmente, ya que el apego a una cosa vincula a esa cosa, y su amor por el grupo al cual pertenecen los lleva a reencarnarse una y otra vez en el mismo grupo humano, cuando, en realidad, los grupos humanos son formas que van degenerando, como las razas “puras” con el tiempo, y es preciso saber salirse de ellos, para estar en la punta del progreso.
Cristo se encarnó en el cuerpo de un judío, Jesús, para intentar llevar este grupo al seno de la Fraternidad Humana Universal, puesto que él, uno de los suyos, fundaba una religión, precisamente de Fraternidad Humana Universal, y sin fronteras de ninguna especie. Pero todos sabemos lo mal que terminó la aventura humana de Cristo, en Jesús, ésta Gran Alma perteneciente a la generación de los dioses.
El amor a una “raza”, a un grupo humano, esclaviza pues al individuo, atándolo a esa “raza” o grupo humano, donde se reencarna una y otra vez, prisionero y declinando con ella. (las civilizaciones son también mortales). Por eso dice la Biblia que “las razas son caminos que conducen a la perdición”.
J.L.



Agradecemos a la Asociación de Estudiantes de Filosofía Rosacruz Max Heindel,
por este aporte

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