¿QUIÉN NOS HACE
SUFRIR?
Muchas
veces nos quejamos de que llevamos una vida estresada y de que los problemas y
las preocupaciones no nos dejan vivir. Nos fijamos en todo lo que es externo pero no en nuestras actitudes, nos
fijamos en el comportamiento de quienes nos rodean pero no en cómo funcionamos
por dentro y, como consecuencia, qué imagen damos ante los demás; y todo ocurre
por no analizarnos un poco aunque sea superficialmente. Desde que nacemos vamos
adquiriendo conocimiento a través de las experiencias y vamos formando hábitos
físicos, morales y mentales, generalmente, más malos que buenos. Si meditáramos
un poco sobre cómo somos internamente podríamos extraer algunas conclusiones
como las siguientes:
1º.- La mayor parte del día no somos auto-conscientes de lo
que sentimos ni de lo que pensamos, sino que actuamos y respondemos más bien
por instinto, por costumbre y de forma automática.
2º.- La mente responde (como si fuera independiente) a los
deseos, a las emociones y a lo que percibe por medio de los sentidos, como
hábito y saltando de una cosa a otra sin control.
3º.- Los deseos y las emociones nos impulsan a hablar y a
actuar, también la mayoría de las veces, sin que nos demos cuenta de que no
razonamos lo que hacemos.
4º.- No nos damos cuenta de que por encima de dichos deseos
y de dichas emociones dominantes está la
mente razonadora y que, por encima de la mente está la voluntad.
5º.- Si, por medio de la voluntad, controláramos la mente,
la relajáramos y la utilizáramos para responder voluntaria y conscientemente,
nuestra vida sería menos estresada, más libre y más feliz.
Un simple
problema burocrático oficial u otro cualquiera nos puede quitar el sueño y
crearnos ansiedad; un mal pensamiento puede hacernos celosos e incluso ir más
allá; una emoción no razonada nos puede causar ira o llevarnos a actuar
violentamente, etc. etc. etc. ¿y todo por qué? pues porque no tenemos control
sobre lo que somos internamente y porque nuestra mente (la loca de la casa)
anda de un sitio para otro sin centrarse
en nada lo suficientemente como para hacernos ver que hay un problema pendiente
que resolver. Generalmente, cuando se fija en algo que parece preocuparla,
tampoco lo hace para solucionarlo sino para obsesionarse con que “hay algo
pendiente que hacer”. Fijaros que estoy hablando de la mente como si fuera algo
independiente que actúa por sí misma y lo hago así porque parece como si en
nosotros hubiera dos personas. La persona que más representación tiene en
nosotros es la que responde de manera
automática, instintiva y por costumbre; la que piensa continuamente y va de un
tema a otro sin motivo y sin razón, o la que se deja dominar por los deseos y
las emociones.
Pongamos un
ejemplo: Una persona que está viendo una película en la televisión y su mente
está pensando en lo que tiene pendiente en el trabajo, o dónde va a ir el fin
de semana y que, incluso, en un momento dado se ve dominado por emociones de lo
que está viendo. Si esa persona se diera cuenta de que se está perdiendo, la
trama de la película o que en un momento dado se ha emocionado o ha sentido
odio o asco por lo que está viendo, podría exclamar: “No soy dueño de mí mismo
porque mi mente anda pensando lo que la viene en gana y yo actúo como si lo que
estoy viendo fuera parte de mi vida real”. Analizando esto podemos decir que
hay una personalidad inconsciente y autómata y otra que, algunas veces, se da
cuenta de eso y actúa voluntaria y conscientemente.
En realidad
¿Qué somos? Somos el resultado de lo aprendido y experimentado, de la educación
recibida, de lo percibido entre las personas con las que nos hemos juntado y lo
de las atmósferas psíquicas donde nos hemos movido, de los hábitos que hemos
creado, de los prejuicios y condicionamientos sociales y, por consiguiente, de
la interpretación que hacemos de todo lo que vemos y lo que nos ocurre según lo
que creemos ser. De todo eso depende el que yo me incline por hacer el bien o
el mal o que me decida por lo correcto o por lo incorrecto pero, ¡claro! eso es
así siempre y cuando yo no me identifique con mis deseos, con mis emociones ni
con mi mente. Si yo voy a un centro comercial y veo algo que creo que me gusta
y me lo compro para luego no usarlo es que he sido dominado por un deseo; si
pruebo cierta comida y me gusta hasta el punto de comerla muy a menudo porque
me atrae, estaré dominado por otro deseo; si mi mente es de las que se
descontrolan cuando vamos conduciendo el coche y un día tenemos un incidente
con otro y nos alteramos o discutimos, es porque no tenemos control sobre la
mente y porque hemos permitido que se acostumbre a pensar indebidamente cuando
conducimos, y así sucesivamente. El resultado de todo esto es que creemos ser
esos deseos y esa mente y por eso actuamos impulsiva y automáticamente.
¿Cuántas
veces discutimos con otros porque hemos dicho algo que no debíamos sin darnos
cuenta? Muchas, y eso nos trae disgustos pero ¿Qué opinaríamos si los demás
pudieran ver lo que pensamos? entonces nos daríamos cuenta de que la mente nos
puede meter en problemas muchas veces. Y qué decir tiene que cuando las cosas
no nos salen como queremos culpamos a los demás, o a nosotros mismos, o lo
achacamos a la mala suerte. No nos damos cuenta de que el mundo cambia porque
evoluciona, ni que nosotros no somos el mismo que ayer, ni el de hace un mes,
ni mucho menos el de hace tres años. El problema está en que no somos
auto-conscientes de nuestro comportamiento ni de nuestro funcionamiento
interno. Lo que ayer veíamos bien hoy lo podemos ver mal, pero si buscamos su
lado bueno haremos que lo que vemos mal casi seguro que se convierta en bien.
Lo que nosotros decimos que es correcto o que es bueno o malo puede ser
interpretado por otra persona en sentido contrario, y todo porque esa persona
es el “resultado” de toda una serie de cosas
(como ya dije sobre nosotros) que le hacen totalmente diferente a
nosotros, y si no ¿cómo interpretaríamos las cosas y cómo actuaríamos si
tuviéramos siempre buena voluntad pero no tuviéramos memoria del pasado? ¡Qué
diferentes seriamos! Cuando hacemos planes de futuro y la imaginación nos lleva
a alcanzar el éxito aquí y allá pero al cabo de un tiempo nos damos cuenta de
que no lo podemos conseguir, el resultado de todo eso es el sufrimiento, el
malestar o incluso culpar a los demás. Y todo porque nos hemos dejado llevar
por la imaginación que nos ha llevado a unas circunstancias inexistentes y no
hemos sabido razonar voluntariamente a tiempo.
Lo mismo
que decimos que dos no discuten si uno de ellos no quiere, aquí también podemos
decir que quien sufre y se estresa es porque no se auto-analiza, no es
consciente de sus aspectos internos y no se esfuerza por ser él mismo (con
voluntad y consciencia) en cada momento. Debemos hacernos conscientes y admitir
que nuestra casa (la personalidad) es un caos, cuando debería estar ordenada y
controlada para así ser más felices, más libres y mejores personas. De hecho,
por naturaleza y estando en el grado evolutivo que estamos, deberíamos ser más
conscientes de nosotros mismos para evitar cometer los errores que a diario
cometemos en pensamiento, palabra y obra. Si nuestra naturaleza fuera lo que normalmente
somos no podríamos evolucionar, evolucionamos más y para bien cuando nos
auto-observamos en cada aquí y ahora para ver cómo piensa nuestra mente, qué
sentimientos y deseos tenemos, cómo respondemos en pensamiento y de palabra
ante cualquier circunstancia, etc. Lo mismo que nos creamos malos hábitos sin
darnos cuenta por no ser conscientes de ello y por repetir una y otra vez esa
acción, también podemos crearnos otros positivos repitiendo pensamientos,
sentimientos y buenas obras, y razonando
voluntaria y conscientemente lo que hacemos.
Para
superar estos aspectos personales que nos dominan como si fueran poderosos yoes
debemos observarnos, analizarnos, ver cómo nos dominan y cómo nos perjudican,
admitir que eso no somos nosotros como voluntad y consciencia, y darnos cuenta
de que podemos imponernos sobre esa personalidad porque el simple hecho de
comprender que la personalidad con sus yoes dominantes no somos nosotros ya es
un gran paso. Algunas personas van al psicólogo o acuden a otros que prometen
curar toda clase de trastornos o enfermedades, pero eso no siempre es necesario
ni siempre da buenos resultados, dependiendo de qué profesional se trate. Una
persona se puede hacer un obseso sexual por pensar repetidamente en el acto
sexual que le incita al deseo de consumarlo, y este deseo le hace pensar e
imaginar más de lo mismo. Otros se hacen alcohólicos o drogadictos porque una
vez que lo prueban se dejan llevar por el placer y el deseo de consumir más y
no razonan ni son conscientes de lo que hacen; cuando a ratos se hacen
conscientes es porque ya están enfermos y es más difícil su recuperación. Pero
eso no es lo peor, lo peor es que esas personas dominadas por los deseos y por
su mente mal pensante y sin control, llegan a violar en unos casos y a robar o
a agredir en otros ¿y todo por qué? porque no solemos ser conscientes de
nosotros mismos y porque no nos analizamos para ver cómo somos desde el punto
de vista moral, intelectual, emocional ni espiritual.
Un gran
número de veces culpamos a los demás de nuestro sufrimiento o de nuestros
problemas, les culpamos porque dejan de relacionarse con nosotros, porque no
piensan como nosotros o no nos satisfacen, porque nos causan preocupaciones o
porque nos han dicho alguna verdad a la cara, y así sufrimos una y otra vez,
pero ¿Cuántas veces nos daríamos cuenta que la culpa es nuestra si nos
analizáramos o nos observáramos? Seguro que muchas ¿Cuántas veces nos damos
cuenta (y a veces no) de que el error es nuestro porque lo hemos interpretado
mal o porque somos unos mal pensados? Luego entonces ¿por qué sufrimos la
mayoría de las veces? pues porque nuestros sentimientos y nuestros pensamientos
son malos y porque interpretamos los hechos a nuestra conveniencia buscando un
culpable entre los demás. Sí, son muchas las veces que interpretamos mal una
frase dicha por alguien sin ninguna mala intención y a partir de ahí comienza
nuestra mente a dar vueltas al tema y piensa mil cosas como respuesta, y
ninguna buena, y sufrimos y creamos emociones negativas, y éstas crean deseos
contra la otra persona, y esos deseos vuelven a estimular a la mente para que
siga pensando mal… Y mientras tanto, la otra persona sigue tan tranquila porque
no sabe que sus palabras han sido mal interpretadas sin haber dicho nada grave
ni con mala intención.
Otras veces
sufrimos y nos amargamos la vida porque nos han injuriado, insultado u ofendido
mientras discutíamos con alguien (por ejemplo de futbol) o por cualquier cosa
de las que nos surgen a diario. Es cierto, en este caso nos han podido ofender
pero:
1º.- Las palabras no hacen daño físico.
2º.- Si lo hacen, moralmente, también es porque la persona
las interpreta como tal sin querer ver que si no le da importancia no sufriría
ni tampoco pierde nada.
3º.- Tomarse en serio una ofensa causa sufrimiento que, a su
vez, crea malos sentimientos y pensamientos que, a veces, llevan al
enfrentamiento.
¿No es mejor pasar del tema y
dejar que el que ofende se pregunte: Por qué no me responde? Quizás eso le haga
comprender su error y se arrepienta aunque no pida disculpas. ¿Por qué nos torturamos
nosotros mismos? Pues porque no estamos recordándonos a nosotros mismos en cada
ahora para darnos cuenta de cómo pensamos, sentimos, actuamos o hablamos. Y
cuando digo recordarnos me refiero a estar plenamente atentos (ser
voluntariamente conscientes) a lo que hace nuestra personalidad. Si esto no es
comprensible para algún lector le pondré un ejemplo. A veces escuchamos una
canción que nos gusta y a partir de ahí nuestra mente se puede pasar parte del
día tarareándola hasta que nos damos cuanta y decimos “¡Que pesadez de
canción!”. Es ese yo que se da cuenta de que su mente está cantando
constantemente la misma canción quien debe estar atento, no solo a su mente
sino a todo lo demás.
Tenemos muchos patrones mentales
negativos guardados precisamente porque sentimos y pensamos mal, y esos
patrones mentales también producen desconfianza y que nos pongamos a la
defensiva contra los demás. Si alguien nos dice que somos muy inteligentes y
nosotros creemos y estamos convencidos de que no es así, pensaremos que se está
burlando irónicamente de nosotros y a continuación… A su vez, los patrones
mentales nos harán llevar una vida determinada, juntarnos con personas afines e
incluso hacer que finjamos ser lo que no somos ante los demás para no ser menos
o para no ser diferentes a ellos. Y el resultado final de todo esto suele ser
el mismo, pensar mal y sentir mal respecto a los demás y sufrir por ello.
Cuando conocemos gente que incluso nos pueden favorecer de alguna manera y
comprobamos que sus patrones mentales no coinciden con los nuestros, nos
alejamos de ellos pensando que los nuestros son más correctos y, sin embargo,
quizás perdamos oportunidades de progresar en algún sentido junto a ellos.
Y es que no queremos ver que
muchas de las personas que conocemos tienen una serie de defectos o patrones
que nos están indicando que tenemos que corregir los nuestros. ¿No sería
conveniente entonces estar plenamente atentos y conscientes para que lo
negativo no se convierta en patrones de conducta? Debemos tener siempre
presente que si lo que llega al cerebro por los sentidos, lo pensamos, lo
admitimos y lo creemos, somos culpables de los efectos que eso pueda tener.
Algo parecido ocurre respecto a los demás porque, si decimos a alguien que es
muy malo haciendo no sé qué cosa, es muy posible que lo piense, lo admita y se
lo crea, o sea, es muy posible que sufra por nuestra culpa.
Por consiguiente y resumiendo,
hagamos una meditación diaria o una retrospección cada noche para ver cómo
hemos hablado o actuando en determinadas circunstancias que hayamos tenido, y
analicemos qué sentimientos y qué pensamientos hemos expresado o emitido ante
ciertas personas o hechos. Entonces nos daremos cuenta de que si hubiéramos
sido plenamente conscientes en ese momento no nos hubiéramos expresado así.
Entonces también nos podríamos dar cuenta de que ese yo no es el que queremos
expresar y que ese yo nos hace sufrir, tener enemistades, y rencor, y amargura,
etc. Por consiguiente, si ese yo no somos nosotros, ¿Por qué no estamos
vigilantes todo el día para que no se exprese como lo hace? Pues porque hemos
cedido a esos hábitos y porque al no querer darnos cuenta de ello, la voluntad
se ha debilitado hasta el punto de no querer intervenir. ¿Qué hay que hacer?
Intentar ser auto-conscientes de nosotros mismos para evitar no actuar como ese
yo que nos hace sufrir y que tantos problemas nos causa.
Francisco
Nieto
En audio, desde aquí
¿Quién nos hace sufrir?
"Conferencia impartida por un admirador de la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel"
Francisco Nieto
Vídeo, desde aquí
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario