El orgullo del conocimiento es, a veces, un efecto que se manifiesta al cabo de varios años de trabajos, inculcándonos la ilusión de que somos los únicos que conocemos la Verdad. Esta ilusión es muy peligrosa, porque nos expone a una dolencia adquirida voluntariamente por nosotros mismos, debida a una inversión del verdadero conocimiento, y en algunas circunstancias, puede dar nacimiento al sectarismo e intolerancia respecto a las ideas de los otros, si no están basados bajo la forma que nosotros hemos adoptado. Es necesario no olvidar nunca que la Verdad es Una, pero que puede tener diferentes modos de expresión, según sea la característica de los individuos que la sustenten. Sepamos reconocer dónde se manifiesta, aunque se nos presente bajo un aspecto desconocido por nosotros. Es evidente que tenemos el deber de enmendar un error manifiestamente expuesto a nuestra conciencia, pero debemos guardarnos siempre de hablar con el tono dogmático de un pontífice que lanza un estigma contra una herejía. Por el contrario, debemos hacerlo con toda dulzura y amor, para no molestar a los otros, empleando la paciencia indispensable para inducirles a que acepten las enseñanzas que tenemos interés en inculcarles.
Si desean conocer el artículo completo lo encontrarán en nuestra web: www.rosacruzmaxheindel.org / Biblioteca / Documentos Históricos / Revista 17
Estas Revistas son de los años 1920 y 1930 editadas en Ripoll-Barcelona-España.
Se ha tomado al azar uno de los artículos, no están completas, a veces encontrarán en la revista 2 o 3 artículos dependiendo de la persona que lo emite y la importancia de los mismos.
Agradecemos a Asociación de Estudiantes de Filosofía Rosacruz Max Heindel (Barcelona España)
Ponemos a vuestra disposición el artículo completo, desde aquí:
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EL
ORGULLO DEL CONOCIMIENTO
Una de las formas de orgullo más sutiles e
insidiosas se presenta frecuentemente al estudiante de la Filosofía y de la
Ciencia Oculta. Algunas veces, cuando
empieza sus trabajos, y otras, durante el curso siguiente. Es la tendencia ante la tentación de
considerarse como superior a los otros, en razón de conocimientos solamente
entrevistos, en la mayoría de los casos, antes de que sean realmente
adquiridos.
Afortunadamente no le faltarán las exhortaciones a
la humildad para ayudarle a combatir eficazmente esta tentación, con objeto de
que vuelva a su instructor. Estos avisos
los encontrará a cada paso, diseminados por todas partes, en las enseñanzas
ocultas y místicas. Así como antes, en
la antigua Roma, el esclavo, durante las horas embriagadoras del triunfo,
repetía a cada instante al César: “Acuérdate de que tú eres un hombre”, ellos
le dirán repetidamente: “Acuérdate de que tú no eres nada”.
Sin embargo, existen algunos a quienes esas
exhortaciones no son suficientes, porque la tentación tiene más fuerza. En este caso es debido al efecto de haber
desarrollado cierta sequedad de corazón, cuando, por el contrario, debería vibrar
con más actividad al unísono de las armonías sublimes de la Naturaleza, y
aprender a conocer la piedad y compasión divina de los Grandes Seres que nos
guían sobre nuestro progreso.
El hecho de enorgullecerse del conocimiento, es una
prueba de la incomprensión total de las enseñanzas que nos han sido reveladas,
porque ninguna de esas profundas verdades nos autoriza a creernos superiores a
los que juzgamos como ignorantes.
El conocimiento en sí mismo no es nada, o bien poca
cosa, si no va acompañado por la práctica de las virtudes que se nos imponen y
que debemos alcanzar con nuestros esfuerzos en todos los actos que ejecutamos,
con objeto de obtener un agente humilde de las fuerzas espirituales divinas
reveladas.
¿Qué sabemos nosotros de los otros seres humanos que
nos rodean? ¿Estamos realmente capacitados para apreciar su verdadero valor, o
nos proponemos, por el contrario, guiarnos en esta apreciación por nuestros
gustos, simpatías y antipatías? ¿Conocemos realmente algo de sus cualidades y
de sus virtudes? He aquí que, al parecer, no hay quien esté inclinado hacia la
Filosofía y la Ciencia Oculta, y parece observar en el mismo profesional una
especie de desdén para las especulaciones intelectuales que sobrepasan los
hechos propios de la existencia diaria, y puede atribuirse a que la nobleza de
las cualidades y buen carácter no han sido aún incorporadas a nuestra herencia,
a despecho de todos nuestros conocimientos.
Necesitamos vivir muchas existencias sobre la Tierra antes de poder
adquirir, por nuestros esfuerzos constantes, y antes de poder igualarnos bajo
esta condición. Al candidato le bastará
consagrarse algunos años a los estudios que nos son requeridos para saber otro
tanto, y desde luego obtendrá la ventaja
de adquirir esas cualidades que para nosotros aún son inasequibles. Nuestra pretendida superioridad, basada
únicamente sobre un armazón frágil de consistencia, no es más que una ilusión
de nuestro orgullo. Si queremos
mostrarnos sinceros ante nosotros mismos, debemos ante todo, llenar el vacío de
confusión dominante en nuestro pensamiento, y consagrar tanto tiempo como sea
necesario para instruirnos, haciendo los esfuerzos precisos para alcanzar
nuestro mejoramiento, y para ello la Ciencia, junto con la Filosofía Oculta,
nos invita imperiosamente.
El orgullo del conocimiento es, a veces, un efecto
que se manifiesta al cabo de varios años de trabajos, inculcándonos la ilusión
de que somos los únicos que conocemos la Verdad. Esta ilusión es muy peligrosa, porque nos
expone a una dolencia adquirida voluntariamente por nosotros mismos, debida a
una inversión del verdadero conocimiento, y en algunas circunstancias, puede
dar nacimiento al sectarismo e intolerancia respecto a las ideas de los otros,
si no están basados bajo la forma que nosotros hemos adoptado. Es necesario no olvidar nunca que la Verdad
es Una, pero que puede tener diferentes modos de expresión, según sea la
característica de los individuos que la
sustenten. Sepamos reconocer dónde se
manifiesta, aunque se nos presente bajo un aspecto desconocido por
nosotros. Es evidente que tenemos el
deber de enmendar un error manifiestamente expuesto a nuestra conciencia, pero
debemos guardarnos siempre de hablar con el tono dogmático de un pontífice que
lanza un estigma contra una herejía. Por
el contrario, debemos hacerlo con toda dulzura y amor, para no molestar a los
otros, empleando la paciencia indispensable para inducirles a que acepten las
enseñanzas que tenemos interés en inculcarles.
Si la investigación de las sublimes verdades
espirituales deben hacer renacer sobre otro terreno las querellas religiosas de
otros tiempos, obtendríamos un resultado deplorable, porque ésta investigación
ha de tener por objeto contribuir a la avenencia y unión entre los corazones
humanos, y ésta unión tan deseada nos conducirá hacia la Fraternidad futura.
E.C.
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